Colombia en tres momentos

A mi amada esposa, Dora Lisa

Epos

            El destino de Colombia, Venezuela y Ecuador semeja al Uroborós, la serpiente que se muerde la cola. Ella representa el símbolo del ciclo continuo de las cosas y de la inutilidad de la lucha por cambiarlas. Un movimiento que se repite una y otra vez, sin cesar. Pero, por eso mismo, también es el símbolo del movimiento propio del esfuerzo inútil. A Bolivar se le atribuye la frase: “Venezuela es un cuartel, Colombia una universidad y Ecuador un convento”. Con independencia de que la frase sea o no auténtica, ella define rigurosamente la caracterización del espíritu conservatista, reaccionario, medieval y escolástico -no exento de prejuicios, dogmas y fanatismos- que sirvió de fundamento a la cultura contra la cual él, Bolívar -ilustrado, revolucionario y convencido independentista-, insurgió abierta y directamente, en un intento -no sin denodada e inquebrantable voluntad, aunque quizá, por cierto, “a la gloria del esfuerzo inútil- por superar aquella predisposición devenida instinto. Una lucha dirigida no solo contra el dominio político imperial sino también contra su conciencia, contra el resultado de trescientos años de formación cultural. No por casualidad, los cuarteles, las universidades y los conventos fueron instituciones nacidas durante el medioevo. De haber pronunciado la frase, Bolívar no estaba haciendo un cumplido precisamente. Daba cuenta de la fidelidad de su conocimiento y experiencia acerca de una realidad contra la cual empeñó sus ideas y valores, hasta su último aliento. Vico tipificó los desmanes medievales como “la barbarie ritornata” y Hegel llamó a la filosofía escolástica “la teología filosofante”, a la que solo dedicó doce páginas de los tres gruesos volúmenes de sus Lecciones sobre la Historia de la Filosofía. Tómese en cuenta el hecho de que el reino de España fue -tal vez, como consecuencia de ochocientos años de hegemonía árabe- el último gran bastión del medievalismo europeo. Al final, exhausto y enfermo, Bolivar quedó vencido por la decepción: “..si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de América”. Conviene, sin embargo, aproximarse a la comprensión de las razones histórico-culturales que han llevado a Colombia, la misma que una vez fue llamada “La Grande”, a terminar atrapada en las redes del “Foro” paulista y así compartir, una vez más –Uroborós-, su destino con el de Venezuela y muy probablemente con Ecuador.

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            Fue en Segovia, el 27 de mayo de 1717, donde se expidió la cédula real del rey Felipe V, que incorporaba a la Capitanía General de Venezuela y a la Real Audiencia de Quito a la Real Audiencia de Santa Fe, dando así origen al virreinato de la Nueva Granada. La Capital del nuevo virreinato fue Santa Fe de Bogotá. A él se incorporaban las provincias de Cartagena de Indias, Santa Marta, Maracaibo, Caracas, Antioquia, Guayana, Popayán y San Francisco de Quito. No obstante, el 5 de noviembre de 1723, al terminar la guerra de España contra “la cuádruple alianza” -formada por Gran Bretaña, Francia, el sacro imperio Romano-Germánico y las provincias unidas de los Países Bajos-, la corona española tomó la decisión de suprimirlo, a consecuencia de algunos informes que daban cuenta de manejos financieros indebidos y de cuantiosas deudas que un reino golpeado por la guerra no estaba en capacidad de cubrir, volviendo a organizarse a las provincias según el anterior esquema administrativo. Hasta que, el 20 de agosto de 1739, fue erigido nuevamente, a solicitud de las propias provincias, las cuales, para el momento -y como puede leerse en la cédula real de reerección- se encontraban en situación de franca desventaja. Un año después, la corona española fija y precisa los límites entre el virreinato de la Nueva Granada y el virreinato del Perú. Para 1742 -y por cédula real- la provincia de Venezuela  es independizada del virreinato, pero en 1771 se le incorporó la comandancia de Guayana Y solo en 1777, a treinta años de la independencia de la provincia de Venezuela del virreinato, Maracaibo, Guayana, Cumaná, Trinidad y Margarita pasaron a formar parte de la capitanía general venezolana.

            Con la invasión napoleónica al reino de España, ocurrida en 1808, todo cambió. Desde ese momento, se creó un vacío de poder en las colonias españolas de América que fue aprovechado por los movimientos revolucionarios pro-independentistas y que terminaría con la declaración de Independencia neo-granadino del 11 de noviembre de 1811, solo cuatro meses después de la venezolana, ocurrida del 05 de julio. Instalados los nuevos gobiernos republicanos, en ambos territorios comenzó a producirse una creciente disputa por el poder entre las facciones centralistas y federalistas que, a su vez, se hallaban enfrentadas contra los partidarios de la corona española, lo que casi de inmediato generó un proceso de inestabilidad institucional que, del lado venezolano, para 1812, había hecho insostenible la defensa de su primera experiencia republicana. El control del poder volvió a manos de los realistas, quienes impusieron un régimen de terror que progresivamente se iría extendiendo al lado neo-granadino. En efecto, en 1816, el ejército español le puso fin a la república de las Provincias Unidas de la Nueva Granada y del Estado Libre de Cundinamarca.     

            Historia de altos y bajos, tejida al vaivén de los cambios que iban perfilando el complejo destino de un nuevo mapa del mundo. En 1813, Bolivar presenta en Cartagena su Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño, en la que se resumen las causas de la caída de la primera república, la crítica situación en la que se encontraba la América española y lo que considera como la única salida posible de la crisis de la región. El congreso neo-granadino recibe a Bolívar, lo incorpora a su ejército con el rango de General de Brigada y le asigna una guarnición para que invada el territorio venezolano. Ese fue apenas el inicio de una relación que se extendería hasta la derrota militar del ejército realista y la conformación política de la Gran Colombia, la concreción del sueño de Francisco de Miranda. Pero mientras que la consciencia social transformaba el virreinato en república, el ser social permanecía inmerso en el modo de vida heredado de la cultura española. Son los contornos de las “repúblicas bobas”, al rededor de las cuales persisten en su ser los latifundios, los siervos de la gleba y sus señores feudales, los “coroneles”. Y es que, en efecto, los cambios que ocurren en la sobrestructura jurídica y política no afectan necesariamente las formas del ser, hacer y pensar que constituyen la base real de una determinada sociedad. Por el contrario, se va produciendo un cada vez más doloroso desgarramiento histórico entre la vida y las formas, que tarde o temprano termina en un proceso de crisis orgánica que culmina en una confrontación, no pocas veces, caracterizada por la violencia y el terror. La verdad no procede de ninguna forma abstracta, no se decreta. Ella convive con el diario quehacer.        

Encanto

            Se denomina “realismo mágico” al “cuarto de los espejos” de esa inmensa feria de la historia -en la que “todo puede suceder”- a la que se conoce con el nombre de América Latina, siendo Colombia uno de los escenarios más estimulantes para su factura literaria. No por caso, la última entrega de los estudios Disney ha titulado su más reciente producción “Encanto”, un film animado de Byron Howard, Jared Bush y Charise Castro Smith, inspirado en la obra de Gabriel García Márquez. El guión relata el desplazamiento forzado de Alma y Pedro Madrigal. Para proteger a los suyos y permitir que escapen, Pedro se enfrenta a los violentos y pierde la vida. Ahora los tres hijos del matrimonio -Pepa, Julieta y Bruno- quedan al amparo de Alma Madrigal. Tómese en cuenta que el “madrigal” es una creación del Renacimiento. El carmen o cantus matricale es el “canto madre”, pero también es “il canto non sacro”, la canción profana por excelencia, la libre improvisación de los juglares que narran la historia de los pueblos, sus dolores y amores, sus tristezas y alegrías. Los madrigales son el canto  -o más bien el en-canto– vivo de los pueblos. A partir de ese momento, el horror de la violencia y la huída se trastocan en magia y fantasía, con la excepción de Mirabel, cuyo poder no está en la magia, como en el caso del resto de sus familiares, sino en la conciencia de que solo puede haber auténtica magia cuando ni se disfraza ni, mucho menos, se oculta el des-encanto frente al dolor del desgarramiento. Las mariposas amarillas con las cuales termina el film han quedado interrumpidas, una vez más, por el oscuro y lúgubre manto de la antigualla, feudalista y caudillesca, que ha traído de vuelta a Colombia el anuncio de sus ruinas circulares. El populismo paulista de Petro es la mayor garantía de que, una vez más, la vetusta serpiente volverá a morderse cola. Colombia, Ecuador y Venezuela se transformaron, primeramente, en virreinato. Más tarde se dieron cita en la Gran Colombia. Hoy vuelven a encontrarse, pero no sobre la plasticidad y el deseo del encanto del realismo mágico sino bajo la mácula del desencanto populista, del cual, tarde o temprano, los madrigales tendrán que dar cuenta.            

Tragedia

            Durante los tiempos de la democracia representativa y republicana venezolana, Colombia vivió momentos muy difíciles. No pocas veces, sus ciudadanos fueron sometidos a la miseria, el miedo, la violencia y la barbarie. El control del territorio del país ha llegado a estar, por momentos, más en las manos del narco-terrorismo que en las del propio Estado constitucional. Se trata, en efecto, de un Estado paralelo que ha venido funcionando autónomamente dentro de una extensa parte del territorio colombiano, al frente del cual se encuentran unas poderosas “Fuerzas Armadas Revolucionarias” y un bien pertrechado “Ejército de Liberación Nacional”, recíprocamente antagónicos. Los primeros dicen ser “centralistas”; los segundos “federalistas”. Los primeros se declaran maoístas; los segundos se reclaman fieles seguidores de la teología de la liberación. Y quizá alguna vez fue así. Pero lo que hoy se sabe es que los cuerpos guerrilleros de Colombia forman parte de una poderosa estructura gansteril, no pocas veces vinculada al Foro de Sao Paulo y, por eso mismo, a los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Hace ya mucho tiempo que la llamada “Izquierda” latinoamericana abandonó los viejos ideales y los viejos “principios” del marxismo-leninismo para concentrarse en los productivos “negocios” del crimen organizado. El triunfo de Petro vuelve a reunir a Colombia y a Venezuela, pero esta vez no para conformar el virreinato de la Nueva Granada, ni para reconstruir la Gran Colombia. En esta oportunidad, se trata de la consolidación del gran consorcio gansteril del narco-terrorismo. Sus objetivos son muy claros y están bien definidos: se trata de hacer implotar a Occidente. Al final, de curso en curso, de giro en giro, esta vez Uroborós terminará mordiéndose algo más que la cola: terminará por engullirse a sí misma. En el futuro inmediato de la América Latina no se vislumbra nada prometedor. Sólo acecha la tragedia.