«con pesar en el corazón» (Scruton y el devenir de la Izquierda)

José Rafael Herrera. Filósofo UCV. Doctor en Ciencias Políticas USB.

            La búsqueda de la verdad es mucho más que el encuentro con “el reverso de la moneda” o con “el lado oscuro de la luna”. En todo caso ella es, más bien, un trespass, el traspasar -o el poder pasar- desde una determinación a su opuesta, como resultado de la confrontación con la no-verdad, hasta el sorprendimiento y consecuente reconocimiento de sí misma en su otro. De ahí que sea una penosa y, no pocas veces, riesgosa travesía hacia la conquista. No se trata, en consecuencia, de una “moneda acuñada, que pueda entregarse y recibirse sin más”1, según los criterios de representación propios de la reflexión del entendimiento, para la cual lo verdadero y lo falso figuran como dos abstracciones que, recíprocamente inmóviles, son consideradas como esencias puras, fijadas en locus extremos, aisladas entre sí y sin relación alguna. En realidad, y como afirma Spinoza, Verum index sui et falsi.

            Existe, como sucede con casi todos los autores clásicos, una versión “popular” o divulgativa del pensamiento de Aristóteles que, obviamente, ha sido conducida de la mano -y, en consecuencia, cabe decir que ha sido manipulada- por la lógica que le es propia al entendimiento abstracto. De hecho, la lógica simbólica o formal aristotélica, reina y señora de prácticamente todas las operaciones cognoscitivas del presente y -conviene advertirlo- nervio central, absolutamente útil e indispensable, del complejo sistema de racionalidad técnica y científica que da sentido y significado a la vida cotidiana del presente, es, no obstante, el resultado de una abstracción, es decir, de su separación del resto de universo lógico-metafísico aristotélico.

            En dos de sus obras, específicamente, Aristóteles se refiere a los diferentes modos de concebir la oposición. El primero lleva por título Categorías, y el segundo Metafísica. En el primero, Aristóteles señala que existen cuatro tipos de oposición, en las cuales se hallan implicadas todas las funciones negativas, aunque, en cada caso, de un modo particular o específico y, en consecuencia, diverso. En efecto, existen formas más determinadas y menos determinadas de oposición, pero no por ello menos importantes que las otras. Todo depende del tipo de determinación de la cual se ocupe cada una de ellas. Así, la forma “más fuerte” o “extrema” de oposición, en el sentido de que es la más indeterminada, es la contradictoriedad mientras que la más “sutil” y “equilibrada”, precisamente por ser la más específica, y en consecuencia, la más determinada, es la correlatividad.

            La oposición por contradictoriedad, o más simplemente, por contradicción, se presenta cuando uno de los términos es la negación inmediata, y por ello, abstracta, del otro término, a saber: A y -A (por ejemplo, verdad y todo lo que no es verdad). En este caso, los dos términos se excluyen, no tienen nada en común. La oposición por privación se presenta cuando uno de los dos términos representa la ausencia del otro, aunque tienen algo en común (como, por ejemplo, vista y ceguera). La oposición por contrariedad se produce entre dos términos que mantienen una diferencia “perfecta” o “diversidad máxima” en el interior de un determinado género (es decir, blanco y negro, dentro del género “color”). En este tipo de oposición es posible, dice Aristóteles, el establecimiento de posiciones intermedias. En el caso del género “color”, la intermediación entre blanco y negro es el gris, de tal modo que una cosa que es negra puede aproximarse a lo blanco y viceversa sin por ello cambiar su naturaleza. Finalmente, está la oposición por correlación u “oposición correlativa”, en la cual predomina la reciprocidad concreta e inmanente de los términos de la oposición, toda vez que cada uno de ellos está determinado por el otro, es decir, que cada uno de ellos es el otro del otro, por lo cual la existencia de cada uno depende de la del otro, siendo sí mismos (por ejemplo, doble y mitad, padre e hijo, macho y hembra, arriba y abajo, izquierda y derecha, verdad y falsedad). Lo que hace que el Polo Norte sea el Polo Norte es su esencial e inescindible correlatividad con el Polo Sur y a la inversa. Cada uno de los Polos se encuentra inseparablemente determinado por el otro, siendo, de hecho, la necesaria determinación del otro, dado el hecho de que ambos son, en rigor, simultáneos.

            Es significativo el hecho de que cuando Aristóteles enumera en Metafísica los diferentes tipos de oposición, comience por la correlación y termine por la contradicción, mientras que, como ya se ha indicado, en Categorías comience por la contradicción y termine por la correlación. Este movimiento circular no es casual. Comporta el tránsito del objeto de estudio al cual hace referencia el filósofo de Estagira. En una expresión, el orden está determinado por el particular objeto de estudio. Categorías es, de hecho, el estudio de los diversos niveles, conceptos, géneros o clases en los cuales se estructura el conocimiento, mientras que Metafísica es el estudio del ser en cuanto ser. De lo abstracto a lo concreto, de lo concreto a lo abstracto concrecido. Un recorrido -una experiencia- que, no por casualidad, se halla presente en el Amor intellectualis Dei de Spinoza, en la Aufheben deHegel o en el Gedankenkonkretum de Marx. No se puede escindir este ‘círculo de círculos’, que forma y conforma lo uno y lo otro, sin que se produzcan severas consecuencias en y para el modo de percibir la ciudadanía.   

   El idioma latino distingue entre una “o” disyuntiva (aut) y una inclusiva (sive). En Ethica, por ejemplo, Spinoza expone el concepto de sustancia como Deus sive Natura, es decir, entre ambos términos, más que una disyunción abstracta, hay una recíproca interdependencia que los hace inclusivos, porque no hay en ellos una contradictoriedad indeterminada sino una correlatividad determinada. Por lo cual, y como se afirma en la Ethica:“Quicquid est, in Deo est, et nihil sine Deo esse, necque concipi potest” (“Todo lo que es en Dios es, y sin Dios nada se puede concebir”). Es esto lo que no puede llegar a comprender quien reduce el complejo sistema de las oposiciones al simple “llueve” o “no llueve”, con base en el cual se establece -y se da por verdadero- el presupuesto hermenéutico general del maniqueísmo. La lista de ejemplos es larga. Baste tan solo con señalar que para este género de representaciones, y con independencia del objeto al cual se haga referencia, solo existe “un tipo” -léase, un saco de gatos- en el que se contiene todo posible razonamiento lógico: la contradictoriedad, el “o es verdadero o es falso”, “o es amigo o es enemigo”, “o es blanco o es negro”, “o es de derecha o es de izquierda”. Ese es, en el fondo, el precio que debe pagarse por haber transmutado las ideas en stickers. A lo sumo, queda abierta una pequeña rendija para la sofística del oficio político o para las especulaciones que tipifican el ejercicio estético-literario, característico de las “ciencias humanas” o “blandas”, a saber: la lógica de la contrariedad, a objeto de morigerar la “dureza” científica de las contradicciones, dejando entreabierta la ventana para las tonalidades de grises y el rosé de los buenos snugs.      

            Es más difícil hacer que las representaciones fijadas por el entendimiento cobren fluidez que hacer hablar a las piedras. La conciencia, dice Hegel, sabe lo que no dice y dice lo que no sabe. En el fondo, se trata de “ese desatino inconsciente que consiste en pasar a cada paso de un extremo al otro. De una parte, reconoce su libertad como elevación por encima de toda confusión y el carácter contingente del ser allí y, de otra, confiesa ser, a su vez, un retorno a lo esencial y a un dar vueltas en torno a ello. Proclama la desaparición absoluta, pero esta proclamación es, y esta conciencia es la desaparición proclamada; proclama la nulidad de las esencialidades éticas y ella misma las erige en potencias de su conducta. Su acción y sus palabras se contradicen siempre y, de este modo, ella misma entraña la conciencia doble y contradictoria de lo inmutable y lo igual y de lo totalmente contingente y desigual consigo misma. Pero mantiene disociada esta contradicción de sí misma y se comporta hacia ella como en su movimiento puramente negativo en general. Si se le indica la igualdad, ella indica la desigualdad; y cuando se le pone delante esta desigualdad, que acaba de proclamarse, ella pasa a la indicación de la igualdad; su charla es, en realidad, una disputa entre muchachos testarudos, uno de los cuales dice A cuando el otro dice B y B si aquél dice A y que, contradiciéndose cada uno de ellos consigo mismo, se dan la satisfacción de permanecer en contradicción el uno con el otro” 2.

            Hay pensadores que, siguiendo el logos de la contradictoriedad antes expuesto, se declaran radical y abiertamente de derechas en rechazo de las izquierdas, sin llegar a percatarse del hecho de que toda su argumentación es, en sustancia, expresión de la inversión de su propia conciencia, el reflejo de su autonegación. Ese parece ser el caso del filósofo inglés, caedrático de estética y estupendo ensayista, Roger Vernon Scruton, recientemente fallecido. Inteligente, agudo, inquisidor. Como muchos otros jóvenes de su generación, Scruton fue prácticamente obligado a profesar el conservadurismo, después de presenciar los desmanes en las protestas estudiantiles de Mayo del ’68, la furia desbordada, la violencia sin sentido, la anarquía generalizada, el resentimiento oculto tras la fachada del humanismo. A partir de ese momento, el joven Scruton decidió asumir -por lo demás, como buen inglés- la lógica de la contradictoriedad respecto de la denominada “Nueva Izquierda”, transformando su indignación, repudio y resentimiento en el fundamento de su ulterior concepción filosófica y política. Ironía de ironías: en su ensayo de 2015, Fools, Frauds and Firebrands -traducido al español como Pensadores de la Nueva Izquierda3-,al exponer las ideas de Lukács y de Adorno, a quienes Scruton considera los más brillantes pensadores neo-marxistas, sostiene que sus obras se fundamentan sobre la indignación, el repudio y resentimiento de dos ricachones cultos y bien formados contra la sociedad burguesa.

            El “nuevo” modo de percibir el término “Izquierda” comenzó a surgir durante la segunda mitad del siglo veinte, poco tiempo después de la conclusión de la Guerra Mundial, aunque, con mayor énfasis, durante la década de los años sesenta y setenta, no pocas veces empinada sobre los exhaustos hombros de Marx y, en no pocos casos, de Bakunin, Nietzsche y Freud. Pero el enemigo no era ya el de antes. Resultaba una ingenuidad insistir en la defensa de la causa de una clase trabajadora pujante y con niveles de vida de clase media. Hasta que -dice Scruton- “llegó la crisis financiera, y personas de todo el mundo se vieron de repente sumidas en la pobreza. Como consecuencia de ello, comenzaron de nuevo a alcanzar popularidad libros que criticaban la economía de mercado, que nos recordaban que los auténticos bienes no son intercambiables. Otros pensadores volvieron a extraer de la siempre pródiga fuente del humanismo marxista nuevas razones para hablar de la degradación espiritual y moral de la humanidad provocada por el libre intercambio económico”4. A partir de ese momento, “volvieron a disfrutar de cierta reputación los pensadores y escritores de izquierda”5, cuyo reclamo fundamental consiste en emanciparse de las “estructuras de dominación”, esto es, “de las instituciones, de las costumbres y de las convenciones que conforman el orden burgués y que han configurado el sistema compartido de normas y valores característico de la sociedad occidental”6. Se trata, pues, de “deconstruir instituciones como la familia, la escuela, la ley, el Estado-nación, instituciones gracias a las cuales hemos recibido la herencia de la civilización occidental”7. Y, en buena medida, la crisis orgánica del presente, la pobreza generalizada de Espíritu a la que asiste la época, tiene sus motivaciones en la rentabilidad del mercado de semejantes representaciones. 

            “Con pesar en el corazón” es una frase de Eric Hobsbawm. Con ella intentó justificar la invasión soviética de Hungría en 1956, lo que, hasta su muerte, ocurrida en 2012, siguió aprobando. Como señala Scruton, la frase “ilustra hasta dónde puede llegar la colaboración con el crimen cuando es la izquierda quien lo comete. Esto nos muestra un rasgo significativo de los movimientos de izquierdas, que parecen poseer la misma capacidad que las religiones tanto para tolerar el crimen como para limpiar la conciencia de sus cómplices”8.

            Lo que señala Scruton pudo haber sido señalado perfectamente, si no por Karl Marx, por los muy maximalistas partidarios del socialismo utópicos del siglo XIX, sólo que con signos invertidos, es decir, opuestos. Y es que una vez que se comprende la lógica aristotélica en su complejidad -y bajo ningún respecto asumiendo como auténtica la amputación que sufriera en manos de la lógica proposicional- se comprende que ella comporta el sistema de relaciones propias del ser en sus determinaciones. No se puede confundir la contradictoriedad con la oposición. No puede existir el Polo Norte sin un Polo Sur, ni puede haber una derecha sin una izquierda. Pero, por eso mismo, mientras Scruton se concebía a sí mismo como el más conservador y derechista de los pensadores de su tiempo,  sin saberlo, terminaría siendo el más progresista e izquierdista de ellos.  


1             : G.W.F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, México, F.C.E., 1987, p. 26-7.

2             : Op.cit., p. 127.

3             : Roger Scruton, Pensadores de la Nueva Izquierda, Madrid, Rialp, 2017

4             : Op.cit., p. 9.

5             : Ibid.

6             : Ibid.

7             : Ibid.

8             : Op.cit., p. 25