José Luis Farías. Licenciado en Historia UCV. Ensayista y ex diputado nacional
La coincidencia del lamentable fallecimiento de Américo Martín con el Centenario del nacimiento de Pompeyo Márquez en 2022 ha llevado a mi viejo amigo José Guerra a provocarme con la solicitud de un artículo sobre estos destacados demócratas venezolanos para su estupenda iniciativa: la Revista Ideas, publicación digital que con éste alcanza el número 10.
Hurgando en mi memoria
En los días de la lamentable noticia del deceso de Américo Martín, cavilando sobre los múltiples momentos en que pude compartir con él, vino a mi memoria una frase que le oí varias veces, adornada con su sonrisa y buen humor de siempre: «Si la juventud supiera; si la vejez pudiera».
En cierta ocasión, en el patio que hacía las veces de estacionamiento de la Quinta «La Unidad» en «Campo Alegre», donde solíamos intercambiar información y opiniones breves antes o después de las reuniones formales de la Coordinadora Democrática, hablaba con Américo y Pompeyo sobre la decisión del «Paro Petrolero» y el primero dejó caer de nuevo esa frase, esta vez con dolida ironía. Pompeyo le añadió también con mordacidad: «no estoy de acuerdo con esa huelga, peeeero … como ya fui joven, cerré la lista de mis enemigos. Solo tengo abierta la lista de mis amigos». Los tres estallamos en risas sin desmedro de nuestra preocupación por lo que estaba ocurriendo.
Ignorancias osadas, intereses creados
El apotegma evocado por Américo reivindicaba la conveniencia de conjugar el empuje de la juventud con la sabiduría de la madurez a la hora de tomar decisiones tan trascendentales y complejas como la de ese llamado a huelga. “No se trata de que la audacia sea mejor per se ni la prudencia tampoco. Se trata de ponderar las circunstancias para decidir acertadamente», decía.
En tanto el razonamiento de Pompeyo invitaba a la tolerancia, a sumar, sin esconder la angustia que lo atormentaba, privilegiaba mantener la Unidad y mordía con molestia su incapacidad de impedir la huelga que él y muchos predijeron sería derrotada, causando un grave daño a la lucha y a la industria.
A las opiniones de ambos, aunque muy orientadoras y acertadas, no siempre se les prestó la debida atención en aquellos momentos. La experiencia política de Américo y Pompeyo pudieron ahorrarnos muchos errores, pero no pocas veces fueron desatendidas y hasta atropelladas por la desesperación del «Chávez vete ya», manipulado con el coro del «se va, se va, se va …», creador de falsas esperanzas. Era un concierto movido por intereses económicos impuestos desde las oficinas de algún canal de televisión que terminaban marcando la política a seguir, práctica que hoy se repite en esencia desde otros escenarios con sorprendente similitud en la estrategia del «mantra» y de la «máxima presión».
La democracia los unía
¿Qué puntos comunes había entre Pompeyo y Américo, a quienes tantas veces vi coincidir en aquellos años? Aparte de los méritos de brillantez intelectual, capacidad de trabajo, probidad, coraje, etc., reconocidos por todos, ¿qué más los unía? Aunque ambos fueron comunistas de prosapias distintas, los dos nacieron a la política en la lucha por la democracia y eso los marcó a lo largo de toda su vida pública. Pompeyo venía de la llamada generación de 1936 y Américo de la de 1958, dos años claves en la lucha democrática venezolana.
El 14 de febrero de 1936 nació en la calle la democracia en la sociedad venezolana con una gigantesca movilización popular por la libertad de prensa, libertad de asociación y manifestación. El 23 de enero de 1958 se puso fin a la dictadura militar de Pérez Jiménez y se marca el comienzo de la instauración del sistema democrático venezolano por más de cuarenta años consecutivos. De igual modo, a pesar de que los dos promovieron la lucha armada en Venezuela durante la década de los sesenta – cuando sintieron que la democracia por la cual habían luchado contra la dictadura se desviaba de lo que pensaban debía ser – ambos supieron rectificar su error sin sacrificar sus principios.
Con sus diferencias, corrigieron y abrazaron la causa democrática integrándose al sistema para defenderlo y fortalecerlo desde sus posiciones políticas, luchando contra la corrupción, por las causas sociales y contra todo signo de autoritarismo. En sus «Memorias», Américo arranca diciendo: «Para entendernos mejor (…). Sigo atado por supuesto a las varias cosas fundamentales que durante tantos años me retuvieron en la acción política y humana. Estaré siempre contra la dictadura, el totalitarismo y el militarismo. Me siguen pareciendo despreciables el culto a las personas y las cortes de aduladores». Por su parte, Pompeyo en su «Contado por sí mismo» asegura su lucha persistirá contra «los autoritarismos militares y a favor de la libertad y la democracia».
Entre «la impaciencia” y «algo a la suerte»
A ese encuentro con Américo y Pompeyo sumo otro de una conversación en la que, evaluando las decisiones precipitadas que solían tomarse por aquellos días en la Coordinadora Democrática, atesorada en mi memoria con afecto, admiración y orgullo.
Américo narró entonces cómo su «impaciencia» lo había llevado a la cárcel durante la dictadura de Pérez Jiménez. Resulta que después de haber creado el Frente Universitario y tras convencer a la juventud del PCV, bajo la responsabilidad de Héctor Rodríguez Bauza, de apoyar tanto la «huelga universitaria» como de difundir un primer Manifiesto, Américo propuso inmediatamente un segundo Manifiesto con el que no estuvieron de acuerdo los jóvenes comunistas.
El argumento de estos era que se debía esperar los efectos del primero y guardar las medidas de seguridad. Pues bien, Américo y la Juventud de AD decidieron lanzarlo por su cuenta, firmado de otra manera. Pero ya la Seguridad Nacional estaba a la caza de los jóvenes y se lo llevaron a rastras delante de sus padres. Entre tanto Pompeyo, que siempre insistía en que «había que dejarle algo a la suerte», contó que el 31 de diciembre de 1958 ni «Santos Yorme» sospechaba ni mucho menos sabía que al «día siguiente el país despertaría con el alzamiento del coronel Hugo Trejo, que veintitrés días más tarde el dictador huiría en la ‘Vaca Sagrada’ y el país recuperaría la democracia».
El intocable e incansable…
Eran los días de las grandes movilizaciones de masas dominando la acción política, las mismas que después del 11 de Abril de 2002 nunca más pudieron acercarse a Miraflores, terminando refugiada en el Paro Petrolero y en un altar a militares en la Plaza Altamira. Estas fueron dos traumáticas acciones sembradas por la desesperación de la clase media, estimulada por una conspiración militar que nunca llegó: el mayor desperdicio de fuerza llevado a cabo en estas dos décadas de lucha. De remate, le dieron a Hugo Chávez la oportunidad de iniciar una cacería de brujas en PDVSA que llevó al despido de más de veinte mil trabajadores y a una cruel purga en la Fuerza Armada Nacional, que acabó con todo signo de institucionaliza en ella existó.
La Coordinadora Democrática era la estructura política que habíamos concebido entre todos para organizar la lucha contra el autoritarismo. Valga decir que a sus reuniones semanales y sus constantes jornadas de trabajo en equipo, Américo y Pompeyo asistían con admirable disciplina y humildad. El trato entre ellos era de iguales, con respeto y colaboración mutua, pero siempre sentí de parte Américo una especial admiración por Pompeyo, un aprecio tan especial que solo fue al leer sus «Memorias» cuando descubrí que había sido cultivado durante años, aún en tiempos en los cuales no se conocían.
Relata Américo que al iniciarse en la política en las filas de la juventud de Acción Democrática, enero de 1953, en plena dictadura, descubrió que «El intocable e incansable Pompeyo Márquez era cada vez más respetado, incluso por quienes, no obstante oponerse a la dictadura, rechazan el comunismo». La participación de Américo y Pompeyo fue un ejemplo de compromiso para el resto de los que frecuentábamos aquellas citas en las que se debatía mucho sobre el camino a seguir para lograr el cambio político. Fueron discusiones en las que esos dos formidables pilares de la historia política contemporánea nunca dudaron en repetir: «la ruta es democrática, constitucional, pacífica y electoral».