Individuo y poder

María Eugenia Cisneros Araujo

Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad Simón Bolívar), M.Sc. en Filosofía y Ciencias Humanas (Universidad Central de Venezuela), Abogado (UCV), Lic. en Estudios Internacionales (UCV), Lic. en Filosofía (UCV), Instituto de Investigaciones Literarias-UCV.

1. El deseo de poder

Afirma Thomas Hobbes que:

“El continuado éxito en obtener esas cosas que un  hombre desea de vez en cuando, es decir, el continuado prosperar, es lo que los hombres llaman FELICIDAD; me refiero a la felicidad de esta vida, pues no hay tal cosa como una perpetua tranquilidad de mente, mientras aquí vivimos, porque la vida misma no es sino movimiento, y jamás podrá ser sin deseo, ni sin temor, como no podrá ser sin sensación (…) La felicidad es un continuo progreso del deseo desde un objeto a otro, donde la obtención del anterior no es sino camino hacia el siguiente. La causa de ello está en que el objeto del deseo humano no es solo disfrutar una vez y por un solo instante, sino asegurar para siempre el camino de su deseo futuro. Y, en consecuencia, las acciones voluntarias y las inclinaciones de todos los hombres no sólo tienden a conseguir sino también a asegurar una vida satisfecha…”[1]

            Para un individuo la felicidad es la permanente prosperidad, el movimiento sucesivo de sus pasiones, la continua satisfacción de sus deseos alcanzados en este mundo donde existe y vive. Para estimar su propia felicidad, compara sus éxitos con las victorias alcanzadas por otros, valora su felicidad particular según la relación que hace entre sus triunfos y los logros que los demás han obtenido. Persigue con ansias el éxito y cuando lo alcanza necesita asegurarlo. Cada quien decide su felicidad. Y este tipo de deleite es el que privilegia el ámbito político.

            La riqueza, una reputación positiva, la belleza, amabilidad, afabilidad, prudencia, entre otras, al decir del filósofo de Malmesbury, son formas de poder y ubica “como inclinación general de toda la humanidad, un deseo perpetuo e insaciable de poder tras poder, que sólo cesa con la muerte…”[2]. El poder de un individuo[3] refiere a todo aquello que tiene a su disposición para tomar lo que anhela porque considera que su obtención es un triunfo que lo diferencia de los otros. Este poder está compuesto por: 1) Las cualidades que conforman la acción humana; y, 2) Los atributos que le son útiles para adquirir sus propósitos.

El poder consiste en las posibilidades concretas que las circunstancias le ofrecen a un individuo para adquirir el éxito que está buscando. Esa facultad de hacer o no hacer algo se refiere a los medios y fines que el propio individuo utiliza para realizar lo que desea. Y en este punto coinciden la felicidad y el poder. Concurren porque: 1) La felicidad es una continua prosperidad que se deriva de ganar riqueza, una reputación reconocida, ascenso en la escala social; 2) Tales logros son expresiones de poder; y, 3) La felicidad es el deseo del individuo de tener poder y más poder el tiempo que le toca vivir en el mundo de los mortales finitos.  

            Esta vinculación del poder y la felicidad determina las relaciones entre los individuos porque cada quien busca su propia felicidad y este proceso hace visible el individualismo. Cada individuo busca su felicidad que es lo mismo que el poder y una vez conquistado hace todo lo que puede para preservarlo. Se trata aquí del poder que tiene el individuo para saciar los propios deseos de su existencia; esto implica enfrentarse con las carencias que se le presentan en el transcurrir de su vida.

Cada quien busca el éxito, esto genera la competencia, la desconfianza y la gloria.

2. Individuo e individualismo

            La competencia, desconfianza y gloria son los rasgos constituyentes del individuo, sus manifestaciones individualistas y sus vínculos sociales. Los individuos que buscan el poder y la felicidad lo hacen en un entorno de rivalidades, sospecha, donde se anhela fama, honor, reputación. Cada individuo difiere en la forma de hacer lo necesario para conseguir el poder y la felicidad por los vaivenes de sus pasiones. Este constante movimiento le exige buscar nuevos medios para lograr los fines propuestos. Por esta razón Hobbes establece que la primera inclinación natural del individuo es un perpetuo deseo de poder tras poder que sólo cesa con la muerte. El individuo quiere poder, apetece la certidumbre del poder para vivir bien. Así que: “…si dos hombres cualesquiera desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos gozar, devienen enemigos; y en su camino hacia su fin (…) se esfuerzan mutuamente en destruirse o subyugarse…”[4]. Los individuos luchan por el poder y sólo uno de ellos lo obtendrá. Aquel que utilizó todos los medios a su alcance y realizó cualquier acción que consideró necesaria para adquirir su objetivo. La contienda entre ellos por el poder genera un clima de cautela, aprensión, inseguridad donde cada uno desconfía del otro: “No hay para el hombre más forma razonable de guardarse de esta inseguridad mutua que la anticipación; esto es, dominar, por fuerza o astucia, a tantos hombres como pueda hasta el punto de no ver otro poder lo bastante grande como para ponerle en peligro”[5]. Y junto a la competencia y la desconfianza aparece el éxtasis del individuo al sentir que su poder está por encima del resto de los competidores, la sensación de seguridad que experimenta de saberse superior a los otros y que los otros lo reconocen como el ganador. La manifestación del orgullo, la vanidad, arrogancia: “La alegría que surge de la imaginación de la habilidad y poder propios de un hombre, es el exultar de la mente que se llama GLORIFICACIÓN…”[6]. La competencia, la desconfianza y la gloria son propios de la naturaleza del individuo y determinan sus relaciones sociales. Hobbes muestra que la vinculación entre los individuos responde al conflicto, disensión, violencia y dominio. Por consiguiente, lo que estructura al individuo es el egoísmo, el amor propio, su provecho particular. Movido por estas inclinaciones utiliza todos los medios a su alcance (incluido eliminar, aniquilar, subyugar, al contrario) para lograr su fin. La expresión de las tendencias individualistas genera lo que el mencionado filósofo describe como el estado de guerra:

“…durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre. Pues la GUERRA no consiste sólo en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo donde la voluntad de disputar en batalla es suficientemente conocida (…) la naturaleza de la guerra no consiste en hecho de la lucha, sino en la disposición conocida hacia ella, durante todo el tiempo en que no hay seguridad de lo contrario…”[7]

            Es un tiempo en el que los individuos son enemigos entre sí, la seguridad de cada quien depende de la propia fuerza y habilidad; la moral, la justicia, no están presentes porque prevalece la fuerza, el fraude; no hay propiedad, trabajo ni conocimiento. Reina el conflicto, el enfrentamiento, el deseo indefinido de poder, la muerte violenta, el temor recíproco, la destrucción. Este poder se refiere a la capacidad que tiene el individuo de dominar al otro y someterlo a sus deseos. La guerra se alimenta por la lucha permanente entre poderes enfrentados por alcanzar la felicidad.

3. Vigencia de la noción de poder según Hobbes

            Actualmente Venezuela es un ejemplo concreto de las dos concepciones de poder propuestas por Hobbes: 1) El poder que tiene el individuo de satisfacer sus deseos para vivir; y, 2) El poder que tiene el individuo para someter al otro y subordinarlo a sus deseos. El primero refiere a la felicidad y capacidad de saciar lo que se quiere para vivir (anhelos inmediatos o mediatos). El segundo está en función de la guerra, la muerte, el sufrimiento y la reducción de lo humano a una condición de animalidad. El primero y el segundo coinciden cuando la felicidad del individuo consiste en dominar al otro a sus impulsos, sus pasiones, para vivir bien.

Los actores políticos llamados todavía en estos tiempos del 2023 opositores y oficialistas son individuos egoístas que sólo persiguen su propia felicidad y la búsqueda de poder tras poder. Esta pasión por el poder los lleva a tener relaciones sociales conflictivas, de enfrentamiento permanente y rivalidad. Hacen o no hacen, actúan y omiten según su conveniencia. Los actores políticos han llegado a un acuerdo: mantener la condición de guerra, según Hobbes, en Venezuela, para sus beneficios individuales. Cuotas de poder que les aseguran su particular prosperidad y vivir bien.

            Al convertir a Venezuela en un estado de guerra los actores políticos son individuos egoístas que solo buscan su bien particular y para eso se eliminan, aniquilan entre ellos mismos o buscan dominarse entre sí. En estas circunstancias la justicia es la fuerza, cada actor político roba, saquea, despoja al país, no respetan los acuerdos, juramentos, ni lo bueno, ni la moral, ni la ética. Se estima al cómplice, malhechor, la violencia. De esta manera:

“Lo que puede en consecuencia atribuirse al tiempo de guerra, en el que todo hombre es enemigo de todo hombre, puede igualmente atribuirse al tiempo en el que los hombres también viven sin otra seguridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva. En tal condición no hay lugar para la industria; porque el fruto de la misma es inseguro. Y, por consiguiente, tampoco cultivo de la tierra; ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser importados por mar, ni construcción confortable; ni instrumentos para mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni conocimiento de la faz de la tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo; y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”[8]             Los verdaderos actores políticos somos los ciudadanos. No los politiqueros de oficio. Llegó el momento de asumir la genuina práctica política, salir del estado de guerra y luchar por un cambio radical: pasar del autoritarismo a la democracia, del estado de guerra a la creación política del Estado


[1] Hobbes, Thomas. Leviatán. Buenos Aires, Editorial Losada, 1ª edición, 2003, pp. 82, 83, 108 y 109.

[2] Ibid., p. 109.

[3] “El poder de un hombre (…) viene determinado por sus medios actuales para obtener algún bien futuro aparente. Y es original o instrumental. El poder natural es la eminencia de las facultades corporales o mentales, como extraordinaria fuerza, belleza, prudencia, artes, elocuencia, liberalidad, nobleza…” Ibid., p. 100.

[4] Ibid., p. 128.

[5] Ibid., p. 129.

[6] Ibid., p. 78.

[7] Ibid., pp. 129 y 130.

[8] Ibid., p. 130.