Alejandro Oropeza. Abogado, especialista en Derecho Constitucional. Master Planificación, mención Políticas Sociales, Cendes UCV. Doctor en Ciencias Políticas USB. Profesor UCV y USB . Director del Observatorio Hannah Arendt
“El fin del mundo común ha llegado cuando se ve sólo bajo un aspecto
y se le permite presentarse únicamente bajo una perspectiva”.
Hannah Arendt: “La condición humana”.
Lo político y las acciones que conforman sus fines y estrategias, se refieren y ocurren en el ámbito de lo público; es decir, de lo que debería, en mayor o menor medida, ser del conocimiento, debate y análisis libre y abierto de la sociedad en que acontecen tales acciones. El significado de lo público que acoge y hospeda a la política; por una parte, implica que todos los que somos parte de esa sociedad, vemos y escuchamos lo que aparece, lo que ocurre en esas arenas, por cuanto la publicidad acompaña tales acciones. Por otra parte, lo público: “… significa el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él”.[i] Entonces, lo público es el espacio, esfera lo denomina Hannah Arendt, en el cual los individuos aparecemos, nos relacionamos, reconocemos y diferenciamos con y de los demás y, al mismo tiempo, en ese ámbito es donde se alcanzan los acuerdos sociales sucesivos que hacen evolucionar los sistemas políticos, cuyos actores estelares son la Sociedad y el Estado, sustentado todo ello (las interrelaciones) en una pluralidad que sustenta y acompaña tanto las acciones políticas como comunicativas.
Uno de los aspectos operativos sobre los que descansan los regímenes totalitarios, es la pretensión de control absoluto de la vida y acciones de los ciudadanos (lo que de suyo supone la pérdida de tal condición); mas, se acompaña dicha pretensión, con la estrategia complementaria de ocupación del espacio público.[ii] Desde esta perspectiva, se plantea como hipótesis guía, la existencia de una correlación positiva que permite prever que, mientras mayor sea la voluntad y el ejercicio totalitarista y/o autocrático de un régimen, mayor será la intención de ocupación, por medio de la violencia en sus diversas expresiones, del espacio público. Tal ocupación-usurpación se concreta a través de dos medios: el ya señalado de la violencia instrumental del régimen y los grupos ad hoc a su servicio que, literalmente, expulsan a los ciudadanos de la arena política y les cercenan el derecho de aparición y de comunicación; y, el segundo, la creación de necesidades, para ocupar e instigar a la sociedad en la búsqueda de satisfactores para la sobrevivencia primaria, haciéndola desplazar a planos irrelevantes la posibilidad de accionar, aparecer y comunicarse en dicho espacio, es decir, de actuar políticamente.[iii] Esto es evidente cuando en sociedades que han abandonado el espacio público, ocurren protestas exigiendo se provean determinados bienes y servicios escasos y/o costosos; pero, se abstienen de reclamar el ejercicio de derechos cívicos conculcados o de demandar la reparación de derechos humanos violados por el régimen.
La ocupación arbitraria y violenta del espacio público por parte de una autocracia es un medio y un fin. Un medio, porque persigue el gran silencio de la ciudadanía, estimulando la apatía y el desinterés por la acción política y comunicativa. La renuncia a la condición de ciudadano, se identifica con el abandono de aquel autocontrol democrático que, de una u otra manera, representa la capacidad de autogestión y corresponsabilidad a través de la participación en dicha esfera. Un fin, porque para un régimen autocrático ocupar exclusivamente el espacio público, implica la eliminación de las alcabalas para imponer definitivamente el control sobre la sociedad y el ejercicio del poder basado en la violencia. De lo que se trata es de impactar sobre la acción política y el discurso, porque es a través de esos dispositivos estratégicos públicos que “…los hombres muestran quiénes son, revelan activamente su única y personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano…”[iv] Queda claro que, la acción política enuncia y representa en si, la posibilidad de la pluralidad que entraña, en el reconocimiento del “otro”, la asunción de la propia singularidad. Rota y abandonada la esfera pública naufraga lo político, como elemento que permite la comunicación y la aceptación del otro y de sí mismos; de esta manera, es imposible “aparecer” y exponerse al reconocimiento de todos y tratar de proponer y/o construir tejidos sociales que amalgamen fines comunes y futuros. Recordamos acá al maestro Ortega y Gasset, cuando testifica que sin una idea de futuro una nación no existe.[v]
Al posicionarnos como ciudadanos en la esfera pública ejercemos la actividad política que nos define por excelencia y, somos y nos reconocemos a sí mismos y a los otros como integrantes de una pluralidad que emerge como condición indispensable de la acción. ¿Cuándo apreciamos aquella pluralidad? Cuando cualquier grupo de personas de reúnen para acordar, deliberar, debatir para ratificar o negar o bien, hacer evolucionar los acuerdos sociales que permiten la legitimidad del ejercicio del poder y la toma de decisiones sobre asuntos de la comunidad, de la polis. De esta manera entonces, la pluralidad, como condición de la acción política y la libertad, permite establecer la cualidad de cada quien; pero, esa cualidad solo tiene sentido en relación con otro y otros distintos. Uno y los otros, es el centro que sustenta la posibilidad de ser parte, incorporarse y actuar en la esfera de lo público. Se posee la posibilidad de ser activos o pasivos, lo que nos coloca en el primer caso, como espectadores en la esfera de lo público[vi], y atribuye la capacidad, en el segundo, de ser observadores de las acciones de otros; es decir, de juzgar tales acciones y valorarlas en función de sus resultados, fundamentos, fines e intereses propios y de la comunidad, etc. También, atribuye la intención, al ser agentes activos, de someter las iniciativas al escrutinio de la opinión pública. Entonces, acción política, pluralidad, capacidad y disposición a juzgar y ser juzgados son iniciativas que, al final del camino, se asocian con una representación política y por tanto, práctica, de libertad pues, ratificando lo señalado párrafos previos, la libertad no puede estar sujeta a la necesidad “…como sucede en aquellas actividades dirigidas al sometimiento de la existencia y que, por eso, son ineludibles…”[vii]
En este ámbito, y con las condiciones que determinan la permanencia en la esfera pública, es de suponer que los participantes; es decir, aquellos que, o bien aparecen y se mantienen activos como agentes; o aquellos que concurren como espectadores, no buscan (o no deberían buscar) imponer a los otros una decisión o una opinión devenida de la capacidad de juzgar, a través de la violencia, la coacción o de un plan estratégico. Es la acción entonces, inherente al espacio público y exclusiva de los agentes que intervienen en él, quienes persiguen comunicar y, esa comunicación tiene el objetivo de persuadir. Así, nuestra filósofa identifica no pocas veces acción y discurso.[viii] Esa persuasión, si bien persigue tener efectos, impactar, conducir y orientar la opinión pública de los ciudadanos, absolutamente nadie puede tener la seguridad de que la acción tenga: primero, efectos en la comunidad; y, segundo, que dichos efectos, de producirse, sean los esperados.
Queda claro que, la participación en la esfera de lo público supone un ejercicio legítimo y corresponsable como ciudadanos de la comunidad. Igualmente, que la participación a través de la acción y la comunicación persigue generar efectos y, que la incertidumbre rodea el tipo de efectos que finalmente, se producirían. También se ha afirmado que el ámbito de lo público, es el espacio en el cual podemos “aparecer” y manifestar; compartir y debatir sobre nuestras opiniones y las de los otros, este ejercicio se sustenta en la pluralidad y la diferencia, lo que de suyo articula la libertad como ejercicio activo y pasivo de la acción. Asimismo, la capacidad y la práctica de juicio y valoración de las acciones de los actores políticos, en la condición propia de espectadores, sucede en este ámbito abierto y plural.[ix] Muchas aristas, como es de suponer, quedan pendientes en el análisis, dados los límites de la exposición. También, queda claro, como fue expresado en la hipótesis guía, que algunos regímenes autocráticos y todos aquellos con pretensiones totalitarias, pretenderán desalojar de la esfera pública a los agentes políticos y a los individuos que tiene posibilidades y pretensiones de aparición y juicio; que la acción política y la comunicación queden desterradas de esta arena y ya identificamos los dos medios a través de los cuáles se persigue materializar la acción de despojo y usurpación. Lo ideal para este tipo de regímenes es un espacio ocupado exclusivamente por quienes aplauden al hombre fuerte, obnubilados y cegados por una ideología y en donde la historia es acomodaticia, la auctoritas [x]no existe y la religión se redefine en función de aquella ideología como nuevo credo. Estos son elementos que determinan el desmantelamiento del sistema democrático y la pérdida del Estado de Derecho.
Interesa para concluir, aproximarnos a ese espacio público abandonado, en el cual la democracia ha sido cercenada o bien, sus principios y valores retroceden en el ánimo y la acción de quienes pululan tímidamente alrededor de dicho espacio, perseguidos por la violencia y la necesidad; el miedo y el terror. Existe una tercera posibilidad concurrente, sorprendente pero posible, y que estamos apreciando en nuestros tiempos, en varias realidades de América Latina: que la propia comunidad decida abandonar el espacio de la pluralidad, del acuerdo, de aparición y de libertad. La indiferencia y la apatía definen estas conductas colectivas para con los asuntos públicos creándose un círculo vicioso: crisis-depresión-retiro de la vida pública-entrega de la libertad, que carcome a las comunidades por la destrucción de los tejidos de relaciones políticas. ¿Qué elementos caracterizan esta edad oscura?: los individuos se aíslan y se asumen como extraños en su propia comunidad y, consecuentemente, los otros son extraños y diferentes; el delincuente protegido por el régimen, a su vez delincuente, aprovecha para el proselitismo religioso-ideológico que termina de enrarecer el espacio público. El mundo político pierde la consistencia de su verdadero objetivo, la política pública es sectaria, ineficiente, no planificada y la verdad pública, que sustenta la decisión, vaga sin sentido por entre las problemáticas ciudadanas no resueltas, perdiendo el Estado sus capacidades y erosionando su gobernabilidad. Quienes pretendan aparecer y proponer acciones en ese espacio abandonado, es objeto de la violencia y la persecución de la burocracia emergente (de la nueva “élite”), aparece la oscuridad que aturde, la confusión y la frustración campean a sus anchas.
Por último, un elemento atraviesa transversalmente la realidad descrita: la violencia. Uno de los extremos de la dicotomía Poder-Violencia planteada por Arendt y trabajada por diversos autores y analistas arendtianos[xi]. La eficiencia de la ocupación y permanencia en el tiempo en el espacio público invadido, dependerá de los niveles de violencia y la coacción implementados por el régimen a través de diversos estilos estratégicos. La comunicación es confiscada, perdiendo así el lenguaje su intrínseca función, limitándose a un rol de propaganda oficial. La confrontación, estimulada y planificada de unos contra otros, es establecida como estrategia y política de Estado, degradando la acción a mero combate físico y verbal de quienes pudiesen pretender aparecer en aquel espacio ensombrecido. Sobrenada el rumor que soporta tímidamente un futuro deseado, sobre el cual no se articula ninguna acción para acercarse a él y, lo que intenta surgir es de inmediato perseguido, encarcelado y desaparecido, con el aplauso de las facciones opuestas entre sí. Hacen aparición las ideologías que no descubren las verdaderas intenciones, pero tampoco representan a quien las enarbolan.
Para rescatar el espacio público secuestrado y ocupado, es indispensable retomar la acción política y oponerla a la violencia. Esta reocupación pasa por darle sentido a la acción que radica en “… el libre juego del lenguaje, del argumentar y refutar, en definitiva, en la retórica”.[xii] Arendt, alerta por la pérdida del sentido de la política y consecuentemente de la acción. El sentido es lo que orienta y justifica la acción política que no se agota con su realización. La acción política es inherente y pertenece exclusivamente a la comunidad, al nacer una iniciativa de cualquier agente o grupos organizados, la comunicación hace su aparición y comienzan a incrementarse los mecanismos de intervención y convocatoria para reocupar el espacio y generar acuerdos, y construir estrategias para regresar.
Solo la comunidad política puede reocupar válida y permanentemente el espacio público. Solo la comunidad política es capaz de generar pactos que legitimen el ejercicio de un poder opuesto a la violencia instrumental. El inicio de la acción política puede en oportunidades fijarse pero, jamás se puede predecir su final. Lo que es seguro es que la ocupación del espacio público por la violencia, el terror y la coacción siempre es temporal, por cuanto no es el espacio natural de permanencia (si es que la violencia posee un espacio natural de permanencia) ni la comunidad se entrega jamás ni acepta definitivamente su ocupación, ello sería negarse a si misma y dar por finalizada su historia y renunciar a sus relatos y, por tanto, a su tradición.
Entonces, para unos y otros, tanto para la comunidad y los liderazgos; como para los que aguardan al borde del espacio para retomar la confianza en sí mismos como ciudadanos; también para aquellos que aún recelan de la acción que renacerá tarde o temprano en las calles y en los medios de expresión; para los que confían en la lucha por un acuerdo social que impulse un nuevo pacto que relegitime un poder emergente; y, para aquellos que, aún sujetos por la necesidad de la sobrevivencia y el acoso de la ideología de un régimen destructor y corrupto, valga, lo afirmado por Hannah Arendt:
“…la publicidad de la esfera pública es lo que puede absorber y hacer brillar a través de los siglos cualquier cosa que los hombres quieran salvar de la natural ruina del tiempo”.[xiii]
De esta manera,
“… el fin del mundo común ha llegado, cuando se ve bajo un solo aspecto y se le permite presentarse únicamente bajo una perspectiva”.[xiv]
[i] Arendt (1993), La Condición Humana, Barcelona, Paidós, p.61.
[ii] Para el tema de los regímenes totalitarios ver: Arendt (2004), Los Orígenes del Totalitarismo, Taurus, Madrid.
[iii] Arendt (1993), ibídem, p.130, es categórica cuando afirma que “El hombre no puede ser libre si no sabe que está sujeto a la necesidad”. De donde se extrae que en esa estrategia de expulsión y ocupación del espacio público el régimen autoritario, insufla la necesidad insatisfecha como medio ultimo para la sobrevivencia; en oportunidades, otorgando medios limitados calculados como acción política del Estado, lo que ocupa al individuo en la satisfacción primera y lo convierte en un ignorante respeto de su propia sujeción al régimen para sobrevivir, es esta condición la que le arrebata la libertad.
[iv] Arendt, ibidem, p. 203.
[v] Ver, Ortega y Gasset (2019), La Rebelión de las Masas, Barcelona, Austral.
[vi] En la novena conferencia sobre Kant, Hannah Arendt se detiene en la diferenciación entre actor y espectador, al respecto afirma: “El espectador es imparcial: no se le asigna ningún papel, pues retirarse de toda participación directa para situarse en una posición mas allá del juego es una conditio sine qua non de todo juicio… … lo que le interesa al actor es la doxa, la reputación, es decir, la opinión de los otros”. Ver, Arendt (2003), Conferencias sobre la filosofía política de Kant, Barcelona, Paidós, pp. 104-105.
[vii] Vargas Bejarano (2009), “El concepto de acción política en el pensamiento de Hannah Arendt”. Revista Eidos, Barranquilla. Nº. 11, p. 89.
[viii] Sobre este particular Vargas Bejarano, afirma que: “En algunos pasajes de la ‘Condición humana’ se puede apreciar una identificación entre acción y discurso, por ejemplo: ‘encontrar las palabras oportunas, en el momento oportuno es la acción’. (Arendt, La condición humana, 1993, pp. 39-40). En otros, en cambio, se presenta una clara distinción: ‘una vida sin acción ni discurso… está literalmente muerta para el mundo’ (cfr. Ibidem, p. 201)”. Vargas Bejarano, Ibidem, pp. 90-91.
[ix] Ver: Arendt (2003), Ibidem.
[x] Al respecto es conveniente recordar que: “…la auctoritas, por su parte, si bien puede acompañar a la autoridad, su esencia es más simbólica que práctica. Anota Arendt que autoridad y persuasión son efectivamente incompatibles, y ello por cuanto la persuasión supone un proceso de argumentación. Por su parte la auctoritas, se afirma regularmente, es menos que una orden pero más que un consejo, porque su esencia es eminentemente moral, en razón del particular ascendente que posee”. Ver, Oropeza G. (2016), “La trinidad romana desde Arendt: un análisis actual”, en Revista Fronesis. Maracaibo. Vol.23, Nº 3. Pp. 350-378. LUZ.
[xi] Sobre este particular ver, por ejemplo: García y Kohn (2010), “Hannah Arendt. La vigencia de un pensamiento”, en: Revista Enfoques, Vol. VII, Nro. 13. Caracas. Pp. 11-30. Birulés (2007), Revolución y violencia en Hannah Arendt, en Hannah Arendt. El sentido de la Política, Dora Elvira García (compiladora), México, Porrúa y Tecnológico de Monterrey. También: Oropeza G. (2019), Aproximación a un modelo de representación de los procesos de consolidación y regresión democrática, en Democracia y autoritarismo en América Latina, Tomás Páez (compilador), Madrid, Kalathos ediciones, pp. 303 – 362.
[xii] Vargas Bejarano, Ibidem, p. 89.
[xiii] Arendt (2003), Ibidem, p. 64.
[xiv] Arendt Ibidem, p. 78.