Alejandro Oropeza
Abogado. Master Planificación, mención Políticas Sociales, CENDES-UCV. Doctor y Magíster en Ciencia Política de la USB. Profesor e investigador UCV, CENDES, USB y del CEPyG-UCAB. Director General del Observatorio Hannah Arendt – Caracas. CEO de VENAMERICA – USA
“Certainly, comparison between countries with moderated nonpolarized
multiparty systems and those having extreme multiparty systems suggets that
moderate multiparty systems are associated with stability of democracy”.
Juan J. Linz y Alfred Stepan (Eds.):
“The Breakdown of Democratic Regimes. Crisis, Breakdown, & Reequilibration”.
Buena parte de los estudios sobre polarizaciones, la consideran y asumen como variable que potencializa el conflicto social en los ámbitos en los cuales se presenta. Como realidad alternativa, se identifica a la fraccionalización que, si bien supone cierta segmentación horizontal de posiciones y conductas, no es menos cierto que implica la decisión de ubicarse e identificarse dentro de determinados grupos, pluralidad de grupos ciertamente, lo que en principio, podría favorecer la cohesión social y evitar el conflicto[1]. Estas dos dimensiones, cabe suponer, implican opuestas formas y mecanismos de representación política y ocupación del espacio público[2].
En esta aproximación general al tema de la polarización, se plantea ir un paso adelante y formular como hipótesis que la polarización política, regularmente acompañada de la social, es un entramado de complejas realidades y posiciones que impactan y se asocian a procesos de erosión, desestabilización y desinstitucionalización de la democracia; a problemáticas de representación política de la ciudadanía; y, a la usurpación del espacio público. Esta instancia de observación, asociada al menoscabo democrático, de la representación y de la pluralidad; se debe necesariamente complementar con la identificación de otras variables asociadas a su aparición como estrategia de dominio; soportada además, en la praxis por dos aspectos: el liderazgo mesiánico, que soporta discursivamente la estrategia polarizadora; y, el clientelismo, en dos de sus dimensiones, que acompaña la etapa de autoritarismos competitivos, que se benefician de aquellas particiones.
¿Qué es la polarización y qué ese opuesto posible, la fraccionalización? Esteban y Schneider[3], se refieren a la polarización como a la agrupación <clustered> de poblaciones alrededor de pocos grupos, entre polos. Asegurando que esta noción es particularmente relevante para el análisis del conflicto social, a propósito de la idea de tensión que emerge dentro de la sociedad de la cual se trate, que exige tomar actitudes precisas y, muchas veces, públicas, en dos aspectos: – uno, asociado a la identificación/acompañamiento de posiciones (voluntarias o inducidas) dentro del propio grupo de interés al cual se pertenece y/o simpatiza; – el segundo, respecto a la confrontación con otros grupos contrarios. Abonando el terreno, Esteban y Ray[4] identifican cuatro rasgos básicos que cualquier polarización posee y, que hace posible su indización, ellos son: a) Los actores determinantes involucrados en las arenas políticas del proceso son grupos, no individuos; b) El nivel de polarización se incrementa en relación con el grado de homogeneidad interna de cada grupo; c) Existencia de un alto nivel de diferenciación entre los grupos; y, d) La cantidad de grupos confrontados debe ser relativamente pequeño. A esta enumeración cabría agregar un quinto rasgo: el uso de un discurso, de una narrativa interna y externa de confrontación, que arenga y califica de enemigo y traidor al no integrado al grupo.
La fraccionalización, que es asociada a una evolución positiva de la democracia, supone la existencia de pluralidad de grupos. En este sentido, la decisión de pertenencia y/o identificación es más horizontal y no implica altos niveles de compromiso, diferenciación y confrontación. Ambas posiciones, traducen concepciones opuestas respecto al tipo de distribución de la población alrededor de las posiciones individuales que se persiguen; las cuales, en procesos polarizantes, se propone diluir en un colectivo. Dos visiones: la polarización entre perspectivas extremas, opuestas y con posibilidades de confrontación; y, la fraccionalización caracterizada por la horizontalidad y la pluralidad de grupos que estimulan acuerdos sociales sucesivos para legitimar un ejercicio alternativo de poder, visto desde una perspectiva arendtiana[5]. La primera, basada en identificaciones en oportunidades forzadas/inducidas, soportada en un discurso mesiánico homogeneizador, forjada en el núcleo del grupo; acompañada de la heterogeneidad externa, señalando a los “otros” como enemigos.
II.
Conviene dar un paneo general sobre algunos factores que influyen en la aparición de la polarización política; o bien, que generan en parte del liderazgo político, la elaboración de un discurso que persigue dividir a la población. Objetivo que se propone captar y mantener dentro de fronteras político-ideológicas de confrontación a una mayoría de la población que dé sustento, en el caso de las autocracias competitivas[6], a un dominio y mantenimiento del poder, por la vía electoral sucesiva y plebiscitaria. ¿Vías? La creación de una ideología de identificación sustentada en dogmas y en la reinterpretación de la historia[7], por una parte; y, por otra, una estrategia de secuestro del espacio público que quiebre las posibilidades de representación política plural y la legitimación del poder sustentado en acuerdos sociales sucesivos. Ambos esquemas se asientan en un discurso político mesiánico clamado a los vientos, llamando a la violencia; y, en el uso del clientelismo para captar y preservar adeptos; sin obviar el credo sagaz de la esperanza en un futuro promisor, que exige sacrificios. Sacrificios siempre demandados a los seguidores y muy poco compartidos por las cúpulas.
El estado del arte identifica un aspecto clave asociado a conflictos sociales. Lo referiremos sucintamente, pues su complejidad requiere un análisis que escapa a las posibilidades de esta entrega. Se alude al tema de los balances y amenazas del entorno internacional. Desde la perspectiva de Morgenthau[8], el balance de poder, de la amenaza entre potencias y grupos de potencias, en muchas oportunidades implica la permanencia de la paz; pero, el impacto de estas tensiones genera, en no pocas ocasiones, el incremento del gasto militar en estados involucrados indirectamente. Se estima que el incremento del gasto se asocie a mayor posibilidad de conflictos sociales. Pero, quizás sea pertinente esperar que esa tensión entre potencias, que traduce posiciones ideológicas que definen bloques de poder y, que se manifiestan en acuerdos y coacciones, pueden influir hacia el interior de los países periféricos, estimulando la polarización, con base a principios ideológicos externos, por ejemplo: el anti imperialismo capitalista.
Otro aspecto, es el de la relación entre la aparición y conquista del poder por populismos de izquierda[9]; la confección de un discurso anti imperialista por un líder carismático; y, el impacto en la calidad democrática y el desmantelamiento institucional de la democracia liberal. Es de esperarse, en este contexto, el traslado de los mecanismos tradicionales de representación política, del partido político al líder carismático; el cual, podrá modificar a voluntad los fundamentos ideológicos de soporte. Así, la representación pasa de las estructuras de intermediación política, a la voluntad del líder. Emerge un círculo vicioso: el líder propicia polarización que, sustentada en un discurso anti imperialista, conlleva a un traslado de la representación política a uno de los extremos y, subsecuentemente a la desinstitucionalización democrática del sistema político. ¿Las bases de la acción? Están a la vista: ideología confrontacional; clientelismo; representatividad carismática; y, al romperse las posibilidades de generar acuerdos sociales sucesivos que legitimen el ejercicio del poder en el espacio/esfera pública, aparición de la violencia instrumental del Estado; o bien, emergencia de grupos paramilitares protegidos por el régimen.
Para finalizar este punto, conviene traer el concepto de “subcultura partidaria”[10]. La polarización política se puede plantear, si bien con base en un contenido ideológico dogmático, a través del mantenimiento de una estructura o coalición de partidos políticos que, ubicados en uno de los polos, persigan la creación de subculturas partidarias ideológicas que: – aglutinen y reúnan a grupos específicos de interés y de acción; y, – ocupen esferas de acción social estimulando la polarización. La tarea es colonizar asociaciones como sindicatos, universidades, colegios de profesionales, iglesias, Etc. Así, irrumpen subculturas desagregadas, pero, a la vez, polarizadas que inician confrontaciones internas persiguiendo la imposición de afiliaciones exclusivas y discriminatorias para sus miembros. Esta acción, implica el sucesivo abandono de espacios públicos segmentados y el desmontaje de la pluralidad como soporte de los acuerdos sociales, los cuales se comienzan a concebir con justificación exclusivamente ideológica, en los cuales la amenaza, la violencia y el temor aparecen. En organizaciones en las cuáles no tenga éxito la segmentación o solo sea parcial, quedan estas divididas, torpedeadas en sus posibilidades de representación social de intereses o de fines políticos. Se estimula la fragmentación interna en unidades rivales de representación, aún cuando no se alineen con uno de los polos.
III.
Sobre la base de la premisa planteada en la hipótesis, de que la polarización en sus impactos, trasciende la posibilidad cierta de generar conflicto social, extendiendo sus consecuencias a la propia estructura del andamiaje y la institucionalidad democrática; pasando por la inhabilitación plural de la representación política; y, el secuestro del espacio/esfera pública. Conviene entonces, identificar brevemente algunos aspectos que confluyen en la definición de una realidad problemática que, si bien posee elementos que caracterizan el conflicto social, impactan directamente en la línea de flotación de los procesos democráticos. Ello, se ve potenciado cuando la estrategia de los auspiciantes de la polarización, va más allá de la tensión entre dos ideologías o posiciones políticas confrontadas (izquierda – derecha, por ej.); e, intervienen las estructuras internas de los oponentes, estimulando y auspiciando la división y una sub-polarización dentro de los contrarios, con el objetivo de dividirlos y debilitarlos. Ejemplo de estas acciones, la penetración de organizaciones políticas para propiciar divisiones en las coaliciones, el surgimiento de oposiciones afines al régimen dominante, judicialización de conflictos internos, violencia auspiciada desde fuera de la organización Etc.
Para finalizar este planteamiento muy general, punto de partida de un trabajo de más largo aliento, valga señalar algunos impactos que la polarización política produce y que entendemos, conducen a crisis en los sistemas políticos democráticos. Veamos: se espera que la polarización política de contenido ideológico, produzca polarización social y fractura de acuerdos sociales. Igualmente, cabe observar una ideologización del voto, independientemente de propuestas de atención a las agendas sociales o a una idea de futuro acorde con las tradiciones y esperanzas de la población. Asimismo, se movilizan las preferencias y reconocimientos hacia liderazgos inmediatos que expresen y estimulen mayor división y profundización de las diferencias. Emerge un clima de violencia política que, bien puede conducir al terrorismo de Estado, fragmentándose el monopolio de la coacción estatal. Como ya señaláramos, se verifica un contundente abandono del espacio público; y, emerge la antipolítica como respuesta social genérica –muchas veces conducida–, para confrontar la polarización, lo cual estimula el círculo vicioso. La percepción de la capacidad de la gestión pública no se soporta, lo cual es limitado en el tiempo, en la efectividad y eficiencia de las políticas públicas, sino en el contenido del discurso político polarizador, la enunciación de aspectos relacionados con la ideología y la identificación de enemigos internos y externos al proceso hegemónico emergente. Se ejecutan como políticas públicas, las dos dimensiones del clientelismo: – el clásico, que soporta y estimula necesidades concretas y particulares; y, – el localista, que identifica beneficios comunitarios transables. Lógicamente, opera el derrumbe de la confianza de la sociedad en los mecanismos de representación política y en los instrumentos de participación ciudadana.
Así entonces, el estudio teórico y el análisis empírico de la polarización debe, adicionalmente: – generar instrumentos que permitan calcular la distancia real entre los polos principales y los subsecuentes al interior de los primeros, de ser esta la realidad; – deducir la velocidad de alejamiento o acercamiento entre polos y, los factores que determinan dicha aceleración y, los que estimulan la desaceleración y el acercamiento. Es un aspecto sustancial, calibrar el rol de los liderazgos confrontados en el estímulo de la polarización; el peso de la ideología discursiva; el “nivel” carismático de dichos liderazgos; y, el impacto del entorno internacional en el soporte y validación hacia adentro de tales tensiones.
Es decir, se requiere formular un complejo modelo de representación comparado de la situación de la polarización en diversos escenarios. Este es un punto de partida para iniciar el proceso de comprensión de la polarización como problema.
[1] Para este punto ver: Hirschman, Albert O. (1964), “The Paternity of an Index”. American Economic Review 54(5): 761-762.
[2] Ver: Oropeza, Alejandro. (2021). https://revistaideasve.com/la-esfera-publica-como-ambito-para-el-ejercicio-democratico/
[3] Esteban, Joan y Scneider, Gerald. (2008). “Polarization and Conflict: Theoretical and Empirical Issues”. Journal on Peace Research, Los Ángeles, Londres, Nueva Delhi y Singapure. Vol. 45. Nº 2, pp. 131-141.
[4] Esteban, Joan y Debraj, Ray (1994). “On the Measurement of Polarization”. Econometrica. 62(4), pp. 819-851.
[5] Ver: García, Dora Elvira (compiladora). (2007). Hannah Arendt. El sentido de la Política, México: Porrúa y Tecnológico de Monterrey; y, Oropeza G., Alejandro (2019). Aproximación a un modelo de representación de los procesos de consolidación y regresión democrática, en Democracia y autoritarismo en América Latina, Tomás Páez (compilador), Madrid: Kalathos ediciones, pp. 303 – 362.
[6] Para este tema ver: Levitsky, Steven y Way, Lucan A. (2013). Competitive Authoritarianism. Hybrid Regimes After the Cold War. New York: Cambridge University Press.
[7] Hannah Arendt, entiende a las ideologías como “… sistemas basados en una sola opinión … lo suficientemente fuerte como para atraer y convencer a una mayoría de personas, y lo suficientemente amplia como para conducirla a través de las diferentes experiencias y situaciones de una vida moderna media”. Ver: (2004). Los orígenes del totalitarismo, Santa Fe de Bogotá: Taurus. P. 222.
[8] Morgenthau, Hans, (1973). Politics Among Nations, 5th edn, New York: Knopf.
[9] Ver: Coppedge, Michael. (1998). “The Dynamic Diversity of Latin American Party System”. Party Politics. 4 (4), pp. 547-568.
[10] Ver: Schmitter, Philippe C. (1993). “La consolidación de la democracia y la representación de los grupos sociales”. Revista Mexicana de Sociología. Ciudad de México. Vol. 55, Nº 3, pp. 3-30: Universidad Autónoma de México.