John Magdaleno. Politólogo UCV, maestría en Ciencias Políticas de la USB. Director de Polity.
En la anterior entrega caractericé al régimen político venezolano, presenté una parte de la literatura que estudia el rol de las elecciones en los regímenes autoritarios y formulé cuatro argumentos que, en mi modesta opinión, obligan a los factores opositores en cualquier parte del mundo a evaluar si conviene o no estratégicamente participar en una elección que, se sabe, no plantea garantías políticas y electorales satisfactorias.
En tal oportunidad señalé, apoyándome en la evidencia presentada por Geddes, Wright y Frantz en su libro How Dictatorship Works (2018: 72) y en un actualización de mi investigación junto al politólogo Octavio Sanz, sobre la que presenté un avance el año pasado (Magdaleno, 2020), que tales datos constituyen el marco apropiado para “analizar el comportamiento de las variables de contexto -estructurales e institucionales- y de agencia -las interacciones entre actores- que estuvieron presentes (i) en los episodios exitosos de democratización; (ii) en los episodios fallidos; (iii) en los censurados, y; (iv) en los que casos de países que no experimentaron una transición a la democracia durante un período prolongado”.
Introduciremos, en esta ocasión, algunas precisiones sobre las democratizaciones y algunas evidencias adicionales de los episodios exitosos, de modo que en la próxima entrega podamos valorar la significación de estos y otros elementos sobre el rol de las elecciones en regímenes autoritarios.
Sobre las democratizaciones: algunas precisiones teóricas
Una democratización es un movimiento o desplazamiento en la dirección de la democracia. Dicho de forma sencilla, se trata de un proceso mediante el cual un régimen no-democrático se disuelve o transforma para dar paso a otro que incorpora garantías institucionales y procedimientos democráticos. De allí la pertinencia que a mi modo de ver sigue teniendo el concepto de transición a la democracia, que equivale, complementando la definición O’Donnell y Schmitter (2013: 5), al intervalo de tiempo y de procesos por intermedio de los cuales un régimen permite el ejercicio de una serie de libertades, procura una mayor apertura del debate, estimula una mayor participación de los ciudadanos en los asuntos públicos y facilita las condiciones en las que puede existir una mayor competencia por los cargos de representación política.
Pero ello no implica necesariamente que tal movimiento culmine en una transición exitosa o completa, ni mucho menos que sea inevitable, una vez iniciada la transición, caminar hacia la consolidación democrática. De hecho, ya sabemos que incluso las democracias que alcanzan su consolidación -como en efecto ocurrió con la venezolana tras la pacificación de los 70 y la alternabilidad observada entre el 68 y el 83-, pueden, ulteriormente, desconsolidarse, como lo presenciamos con preocupación en la década de los 90.
Aunque el deseo de quienes aspiramos que ese desplazamiento se produzca en Venezuela es que involucre, para decirlo en las palabras una fallecida autoridad: “avanzar desde el final del régimen no democrático, la inauguración del democrático y luego la consolidación de este sistema” (Huntington, 1994: 22), se trata de un proceso complejo que no tiene resultados asegurados. Y como hemos enfatizado en otros lugares, tal desplazamiento implica, para empezar, una liberalización política, que consiste en una distensión o apertura, por lo regular parcial y gradual, del régimen no-democrático (sea autoritario, sultanístico o postotalitario[1]).
Una liberalización política puede implicar una liberación de presos políticos; menores restricciones sobre los medios de comunicación y el debate público en general; mayor tolerancia de las expresiones de disidencia de la sociedad civil y los partidos políticos opositores; e incluso la celebración de ciertas elecciones, muchas veces subnacionales, que no comprometan el poder de los principales decisores. Pero como todos los tratadistas, sin excepción, señalan, una liberalización política no es suficiente para que se produzca una exitosa democratización. Como afirmaron Linz y Stepan (1996: 3):
“Una transición democrática se ha completado cuando se ha alcanzado el suficiente acuerdo sobre los procedimientos políticos para producir un gobierno elegido, cuando este gobierno que llega al poder es el resultado directo del voto libre y popular, cuando este gobierno tiene de facto la autoridad para generar nuevas políticas y cuando los poderes ejecutivo, legislativo y judicial generados por la nueva democracia no tienen que compartir de jure el poder con otros órganos”
De la liberalización política a la democratización: el papel central de las elecciones
Si, como logró demostrar una investigación empírica reciente (Wilson, Morgan, Medzihorsky, Maxwell, Maerz, Lührmann, Lindenfors, Edgell, Boese y Lindberg, 2020), de los 337 episodios de democratización que se han registrado hasta la fecha entre los años 1900 y 2018, 146 fueron exitosos, 182 fallidos y 9 censurados, estos datos nos están comunicando la dificultad asociada al paso de la fase de liberalización hacia la de democratización dentro de una transición, pues los 337 episodios, para ser identificados como tales, debieron experimentar al menos una liberalización política. Y como quiera que el punto crítico de un proceso de democratización es el reemplazo de unas autoridades que no son el fruto de una elección libre, competitiva, imparcial y justa por otras que sí resultan legitimadas por tal procedimiento, se podrá entender el rol crucial que tienen las elecciones antes, durante y después de culminada la transición.
Obviamente, una vez que en un país se completa la fase de democratización, se pueden satisfacer mejor los estándares internacionales que permiten elecciones libres, competitivas, imparciales y justas. De hecho, una democratización exitosa implica la celebración de lo que en la literatura especializada se conoce como elecciones fundacionales, es decir, la primera legitimación de autoridades que permite la inauguración de la democracia. Pero en el marco de un régimen autoritario -y particularmente uno hegemónico como el caso venezolano-, hasta tanto no se produzca el paso de la liberalización política a la democratización, resulta ingenuo o voluntarista pretender que las elecciones reúnan estas características en lo inmediato. Porque, hay que recordarlo, a la fecha no se ha iniciado una transición a la democracia en Venezuela, aunque las perspectivas puedan cambiar en el futuro.
Así, las elecciones fundacionales de una democracia recién inaugurada son, sin duda, importantes. Su realización supone la remoción o supresión de los obstáculos que impedían no sólo el inicio de la transición sino incluso su culminación. Pero más importante aún, para efectos de nuestro análisis, es comprender: a) por qué el uso de elecciones semi-competitivas o no-competitivas facilitó un cambio de régimen en los 59 casos presentados por Geddes, Wrigth y Frantz (2018), no todos los cuales constituyeron transiciones a la democracia, y; b) por qué en 43 casos -la última actualización de la investigación que el politólogo Octavio Sanz y quien escribe emprendimos hace 6 años-, las elecciones formaron parte del “encadenamiento de variables” que permitió el inicio y desarrollo de una transición a la democracia.
¿Cuáles son esos 43 casos? 1) De América Latina: Bolivia (1978), Bolivia (2019), Brasil, Chile, Costa Rica, Guatemala, Guyana, México, Nicaragua (1990), Panamá (1989), Paraguay, Perú (2000), República Dominicana (1978) y Uruguay; 2) de Europa: Armenia, Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Estonia, Georgia, Hungría, Letonia, Lituania, Macedonia, Moldavia, Montenegro, Polonia, Serbia y Ucrania; 3) de Asia: Bangladesh, Filipinas (1986), Sri Lanka, Timor Oriental, Turquía (1982) y las Islas Maldivas (2008), y; 4) de África: Benin, Gambia, Ghana, Lesotho, Mauricio, Namibia, Niger y Senegal.
Los dos casos más controversiales de la lista probablemente sean Panamá y Paraguay. Pero una revisión de la cadena de acontecimientos que condujo a la transición a la democracia en ambos países podría clarificar qué rol jugaron las elecciones en tales ocasiones. En el caso de Panamá[2] recuérdese que, con motivo de las elecciones presidenciales del domingo 7 de mayo de 1989, Guillermo Endara resultó electo presidente con el respaldo de una alianza de partidos opositores (ADOC). No obstante, la coalición pro-gubernamental (COLINA) que respaldó la candidatura de Carlos Alberto Duque Jaén y el mismo Manuel Noriega se negaron a reconocer el triunfo de Endara y consumaron un fraude, mediante el decreto del Tribunal Electoral del 10 de mayo, que anuló los comicios bajo el pretexto de que hubo “defectos de procedimiento”.
El día 10 de mayo, Endara y el Segundo Vicepresidente electo, Guillermo Ford, en medio de una caravana en la que proclamaban su triunfo, fueron objeto de un ataque por miembros de los llamados “Batallones de la Dignidad”, cuerpos paramilitares que respaldaban a Noriega y solían actuar violentamente para disuadir a opositores. Por esta razón, Endara debió ser tratado médicamente y guardar reposo en un hospital por varios días.
El 31 de agosto de 1989, el Consejo General de Estado designa a Francisco Rodríguez como Presidente Provisional y a Carlos Ozores Typaldos como Vicepresidente, en reemplazo de Manuel Solís Palma. El 1 de septiembre se restaura la Asamblea de Representantes de Corregimientos en lugar de la Asamblea Legislativa, pero son pocos los países que reconocen a este gobierno por tratarse de la fachada detrás de la cual gobierna de facto Noriega.
A finales de septiembre, Endara vuelve a desafiar al régimen con una huelga de hambre en su sede partidista, que finalizó, el día 5 de octubre, con el asalto del recinto por parte de las fuerzas pro-gubernamentales, lo que obligó a Endara y a sus colaboradores a desalojar la sede y resguardarse en la Nunciatura Apostólica.
El día el 3 de octubre se produce una intentona golpista dirigida por el mayor Moisés Giroldi Vera, que falla, tras lo cual Noriega ordena la ejecución de los involucrados[3]. El día 15 de diciembre de 1989, la Asamblea Nacional le otorga poderes especiales a Noriega al nombrarlo “Jefe del Gabinete de Guerra” y, acto seguido, este declara el estado de guerra contra los Estados Unidos.
El resto de la historia es bien conocida: el 20 de diciembre de 1989 se produce la invasión de los Estados Unidos de Norteamérica a Panamá, con la llegada de más de 24.000 soldados estadounidenses. Ese mismo día prestan juramento Endara, Arias y Ford como Presidente, Primer Vicepresidente y Segundo Vicepresidente, respectivamente. El día 27 de diciembre, un nuevo escrutinio de las actas correspondientes al 83,1% de las mesas electorales por parte del Tribunal Electoral confirma la victoria de Endara con el 62,5% de los sufragios frente al 24,9% de Duque, tras lo cual se proclama a Endara como Presidente. Finalmente, el 3 de enero de 1990, tras dos semanas de asedio en la Nunciatura, se produce la entrega de Noriega a las tropas estadounidenses.
Como se deduce de esta apretada síntesis, ciertamente la variable detonante del inicio de la transición a la democracia en Panamá fue la intervención militar extranjera, pero no puede dejar de advertirse que el fraude cometido en las elecciones presidenciales de 1989 fue el disparador de una serie de procesos que condujeron, primero, a una creciente radicalización de Noriega -que lo llevó a cometer varios errores que minaron sus respaldos dentro de la coalición dominante-, y segundo, a una abierta disputa con los Estados Unidos -un divorcio que fue anidándose años atrás, pese a que Noriega había cooperado en el pasado con el gobierno norteamericano y la CIA en diversas ocasiones.
Visto de este modo, el fraude electoral contribuyó al creciente descrédito de Noriega y al incremento de la presión interna y externa sobre el régimen, operando como variable contribuyente o interviniente del proceso. El hallazgo es importante por lo siguiente: de los 43 casos que hemos referido, en 10 -además del panameño- hemos encontrado que un fraude precipitó una “cadena de acontecimientos” que ulteriormente condujo al inicio o desarrollo de la transición a la democracia. Ni hablar de los casos en que -como en 1988, con motivo del plebiscito chileno- conocida la victoria de la oposición, se intenta un desconocimiento de los resultados por parte de factores de poder del régimen autoritario, que a la postre no se puede llevar a cabo por cuanto se fractura la coalición dominante.
El caso de Paraguay también pudiera resultar difícil de justificar por cuanto las elecciones presidenciales del 1 de mayo de 1989 tienen lugar después del golpe que el General Rodríguez le da a Stroessner. Pero hay al menos dos razones por las que tales elecciones parecen haber jugado el rol de variable interviniente. La primera: el golpe del 2 y 3 de febrero de 1989 es esencialmente el resultado, por un lado, de las crecientes tensiones que se desarrollan en las convenciones del Partido Colorado de los años 1984 y 1987, y por otro, de una crisis de sucesión que tiene lugar tan pronto el General Alfredo Stroessner manifiesta su voluntad de volverse a postular (después de 34 años de mandato), rechazo que se agudiza cuando algunos sectores evalúan la idea de que su hijo, el Cnel. Gustavo Stroessner, lo haga. Este elemento -la fractura interna- explica, en parte, el éxito del golpe y el rol de las elecciones del 1 de mayo de 1989.
En segundo lugar, el golpe comandado por el General Andrés Rodríguez -consuegro de Stroessner- no condujo de inmediato al inicio de una transición a la democracia y, de hecho, existían serias dudas acerca del futuro político de Paraguay. Y aunque el General Rodríguez cumplió la promesa de efectuar elecciones presidenciales en menos de tres meses después del golpe, la victoria con la cual él mismo se alzó -obteniendo el 76.59% de los votos válidos- generó mucha suspicacia. Para algunos investigadores estas elecciones, pese a parecerse a unas fundacionales, no fueron enteramente libres y competitivas, además de anteceder a la reforma constitucional de 1992. En cualquier caso, su importancia crítica es que legitimaron al ala reformista del Partido Colorado y de las Fuerzas Armadas que, en efecto, presionaba por cambios desde los 80, con lo cual se legitimaba simultáneamente una modalidad específica de transición a la democracia: una “transición tutelada”.
Aunque los casos de Panamá y Paraguay sean objeto de serias controversias académicas, no hay duda de que dejan importantes lecciones sobre el rol que pueden jugar las elecciones en el marco de regímenes autoritarios. Muchas veces ocurre que estos regímenes no pueden anticipar con precisión ni evitar las dinámicas que tales consultas desatan.
Referencias bibliográficas y hemerográficas
Geddes, B., Wright, J., y Frantz, E. (2018). How Dictatorship Works. Power, Personalization, and Collapse. New York: Cambridge University Press.
Huntington, S. (1994). La Tercera Ola. La democratización a finales del siglo XX. Barcelona: Paidós.
Linz, J. y Stepan, A. (1996): Problems of Democratic Transition and Consolidation. Southern Europe, South America, and Postcommunist Europe. Baltimore: The Johns Hopkins University Press.
Magdaleno, J. (2020): “Una breve introducción a las transiciones hacia la democracia: lecciones tentativas de ciento dos casos de transiciones a la democracia en el mundo” en Democracia y Libre Empresa. Caracas: Fedecámaras. Disponible en: https://www.fedecamaras.org.ve/wp-content/uploads/2020/12/Democracia-y-Libre-Empresa.pdf.
O’Donnell, G. y Schmitter, P. (2013): Transitions from Authoritarian Rule. Tentative Conclusions about Uncertain Democracies. Baltimore: The Johns Hopkins University Press (Second edition).
Wilson, M. et al. (2020): “Successful and Failed Episodes of Democratization: Conceptualization, Identification, and Description”. Working Paper 97.Suecia:The Varieties of Democracy Institute. University of Gothenburg.
Trabajos consultados sobre el caso panameño:
Archivo Histórico de La Tercera (2017): “La caída de Manuel Antonio Noriega, el ‘hombre fuerte’ de Panamá”. Disponible en: https://www.latercera.com/noticia/la-caida-manuel-antonio-noriega-hombre-fuerte-panama/
Biblioteca Nacional de Panamá Ernesto J. Castillero R. (2019): “Dictadura Militar”. Disponible en: https://www.binal.ac.pa/binal/servicios-2/14-sample-data-articles/327-dictadura-militar.html
Peña Aranza, S. (2018): “A 29 años de la invasión a Panamá: Dos versiones sobre la caída de Noriega”. En Anadolu Agency (Bogotá, Colombia). Disponible en: https://www.aa.com.tr/es/mundo/a-29-a%C3%B1os-de-la-invasi%C3%B3n-a-panam%C3%A1-dos-versiones-sobre-la-ca%C3%ADda-de-noriega/1344516
Redacción Digital de La Estrella (2014): “La dictadura militar”. En la Estrella de Panamá. Disponible en: https://www.laestrella.com.pa/nacional/140608/militar-dictadura.
Ortiz de Zárate, R. (editor): “Guillermo Endara Galimany”. Sección “Biografías Líderes Políticos” » “América Central y El Caribe” » “Panamá”. En Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB). Disponible en: https://www.cidob.org/biografias_lideres_politicos/america_central_y_caribe/panama/guillermo_endara_galimany.
Trabajos consultados sobre el caso paraguayo:
López, M. (2012): “Paraguay: de la transición a la democracia (1989-2008). Un abordaje normativo-electoral”. En Espacio Abierto, vol. 21, núm. 2, abril-junio, 2012, pp. 207-225. Maracaibo: La Universidad del Zulia (LUZ).
Martínez Escobar, F. (2020): “El inicio del fin: Mario Abdo en la Convención Colorada de 1984”. En Terere Cómplice. Disponible en: https://tererecomplice.com/2020/11/14/el-inicio-del-fin-mario-abdo-en-la-convencion-colorada-de-1984/
Soler, L. (2007): “Claves Históricas del Régimen Político en Paraguay. López y Stroessner”. En Diálogos. Revista do Departamento de História e do Programa de Pós-Graduação em História, vol. 11, núm. 1-2, pp. 19-54. Maringá: Universidade Estadual de Maringá, Brasil.
Última Hora (2014): “En agosto de 1987 ya se decidió echar a Stroessner”. Disponible en: https://www.ultimahora.com/en-agosto-1987-ya-se-decidio-echar-stroessner-n764272.html Bourscheid, J. I. y Stumpf González. R. (2019): “Transición y precarización democrática paraguaya: los efectos de la baja calidad institucional y del comportamiento político negativo”. En Colombia Internacional, núm. 98, pp. 31-65. Bogotá: Departamento de Ciencia Política y Centro de Estudios Internacionales. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes. DOI: https://doi.org/10.7440/colombiaint98.2019.02
[1] El caso de los países que experimentaron regímenes totalitarios es distinto por cuanto, como he comentado en otro lugar, la democratización, allí donde se produjo, no fue la consecuencia de una liberalización -esto es, una restitución gradual y parcial de garantías, particularmente libertades civiles y derechos políticos- sino, más bien, de un colapso del régimen, previa fractura de la coalición dominante, o de conflictos armados e intervenciones extranjeras. El caso de Rusia, cuyas perspectivas democráticas eran inciertas tras la desintegración de la Unión Soviética, es considerado como un episodio fallido de democratización desde que se produce la renuncia de Boris Yeltsin en diciembre de 1999, aquejado por problemas de salud. No obstante, el paso de la extinta Unión Soviética de los tiempos de Gorbachov, considerada por algunos autores como un régimen postotalitario -esto es, un totalitarismo que se venía desconsolidando años atrás-, a la presidencia de Yeltsin, estuvo mediado por un colapso del régimen. Los casos de Italia, Alemania y Japón son particularmente emblemáticos de las transiciones mediadas por conflictos armados e intervenciones extranjeras, incluidas las de índole militar.
[2] En la bibliografía, colocamos los enlaces a una serie de trabajos de interés (periodísticos o académicos) sobre el caso panameño, que fueron consultados originalmente para nuestra investigación sobre transiciones a la democracia.
[3] Varias versiones insisten en que el intento de golpe contó con el respaldo del gobierno norteamericano.