José Rafael Herrera. Licenciado en Filosofía UCV. Doctor en Ciencias Políticas USB. Ex director de la Escuela de Filosofía UCV
“Quello che non si fa non si sa”
G.B. Vico
Decía Hegel que “Lo que es racional, es realizable; y lo que es realizable, es racional” (Was vernünftig ist, das ist wirklich; und was wirklich ist, das ist vernünftig). No se trata de la extravagante confusión de lo real con lo racional, y viceversa, salida de “la mente absurda de un idealista”, como apunta la vulgata, habituada como está a interpretar la densa obra de Hegel a través de los lentes del prejuicio maniqueísta, cuando no del infame empirismo y la abierta dogmática, plenos de presuposiciones y prejuicios, que se alimentan -y siempre se han alimentado- de la lógica de la identidad abstracta. Solo es posible concebir lo limitado en virtud de lo ilimitado, porque solo se tiene conciencia de las barreras cuando lo que carece de barreras se ha hecho presente en la conciencia. Cuando en la Crítica de la razón pura Kant observa que no es lo mismo pensar que se tienen cien táleros en el bolsillo que tenerlos, olvidaba, como observa Hegel, que pensar efectivamente en tener cien táleros no sólo es una posibilidad, sino, además, el empeño de trabajar en función de obtenerlos. Como bien decía Platón, “las cosas bellas son difíciles”, lo que no significa que lo difícil no sea realizable. Se trata, en suma, del pasaje del deseo, devenido voluntad, a su realización concreta: el pasaje de la racionalidad a lo realizable y viceversa. Pompeyo Márquez fue un digno ejemplo, un modelo viviente, de la confirmación continua de esta dialéctica de la relación de lo racional y lo realizable.
Se puede decir que, si se trata de definir en una máxima el fundamento propicio de su Weltanschauung -y, ¿acaso alguien podría dudar que la tuvo?-, esta rezaría, siguiendo las normas de Vico, Verum et factum convertuntur. Y no es de extrañarse, dado que Pompeyo fue un lector apasionado de los Quaderni gramscianos y que la tremenda influencia de la Scienza Nuova sobre el desarrollo del pensamiento del filósofo y político Sardo es más que evidente. De hecho, para comprender el decurso de la historia, es impreterible “el estudio de la mente”, en virtud de que, a juicio de Vico, los cambios que ocurren en ella tienen su origen en la historia. Pero, agrega, tampoco es posible comprender la mente sin comprender la historia, dado que en ella se encuentran de manera efectiva sus expresiones concretas, sus ideas y valores. De nuevo, se pone de relieve en estas consideraciones la inescindible relación existente de Verum y Factum. Y quizá sea por ello que la gran obra de Pompeyo Márquez, más que entre sus numerosos escritos, habría que buscarla en el atento seguimiento de su invaluable y casi legendaria praxis política.
Pompeyo Márquez nació rico y el destino -al que, no sin determinación, siempre debió enfrentar- lo transformó en un niño pobre. En efecto, el segundo de cuatro hermanos de la familia Márquez Millán nació en ciudad Bolívar en 1922, donde su padre era propietario de una próspera finca ganadera. Pero a sus cortos seis años de edad su padre, el Coronel Márquez, falleció, y los negocios comenzaron a mermar, al punto de que la familia debió trasladarse a la populosa Parroquia San Juan, en Caracas, para comenzar de nuevo, esta vez, bajo el signo de la necesidades subordinadas de la vida. Ahí comenzó -entre los estudios primarios y secundarios y los trabajos de ocasión, para poder ayudar a la familia- su contacto con una realidad cruda, injusta y hostil, que lo condujo, primero, al deseo y, más tarde a la decidida voluntad de formar parte consustancial de una fuerza capaz de transformar la dureza de la realidad -los “cien táleros” inalcanzables- en concreta racionalidad realizable. Claro que la voz del “¡Sí Podemos!” vino mucho tiempo después. Pero las premisas ya estaban prestas en la viva algarabía del pregonero de la prensa popular, que apenas cubría los primeros pasos de la conciencia de clase.
Su primera militancia política comenzó en 1936, en la Federación de Estudiantes de Venezuela. Ya había escuchado hablar del socialismo, sin duda: de Marx y de cómo en la historia de la humanidad los pueblos se organizan y luchan para conquistar cambios políticos y sociales, eso que se conoce con el nombre de revolución. Por eso mismo, no pasaría mucho tiempo en asumir abiertamente la militancia comunista. Tómese en cuenta que “Cantaclaro”, sede del Comité Central del Partido Comunista de Venezuela, siempre estuvo ubicada en la Parroquia San Juan, lo que no deja de ser un dato de interés, a los efectos de comprender la condición de vecindad, solidaridad, reconocimiento e identificación con el propio entorno asumida por el joven militante de un partido que, en su momento, llegaría a ser tan popular como la Parroquia desde la cual comenzaron sus inicios organizacionales. Como señalara Juan Páez Ávila, su amigo de tantos años, fue en la Parroquia San Juan desde donde Pompeyo “oyó los primeros disparos, presenció el saqueo a varias casas de connotados gomecistas y recibió el impacto psicológico que obliga a los jóvenes a pensar en las razones o en las causas de los hechos políticos promovidos por los hombres”. Una vez más, cuando el deseo abandona el instinto, para hacerse consciente de sí mismo, deviene voluntad. Y la voluntad, que solo puede afirmarse cuando ha superado la mera percepción sensible, tiene la necesidad de elevarse sobre los hombros del entendimiento para conquistar la razón. Es entonces cuando la razón se convierte en la potencia de lo concreto.
Pero fue también en San Juan donde el novel militante comunista comprendió que la lectura de los medios informativos -y, especialmente, de la prensa escrita- no es ni inocente ni neutra: es, precisamente, un medium, una mediación. Cabe decir: una trinchera ideológica y política, capaz de penetrar en la conciencia de las mayorías, de estremecerlas para que despierten, para que salgan de su sueño dogmático, de hacerlas objetar la inmediatez de su positium, de exhortarlas a abandonar la oscuridad de la caverna, contribuyendo así, decididamente, con su educación estética. De ahí la importancia que tiene la prensa para la filosofía. Como dice Hegel en los Wastebook: “La lectura del periódico en las primeras horas de la mañana, es una suerte de plegaria realista matutina. Uno orienta el propio comportamiento frente al mundo, según Dios o según lo que el mundo es. En ambos casos, se tiene la misma seguridad: la de saber cómo se puede estar”. Pompeyo comprendió desde temprana edad que las ideas se transforman en poder material tan pronto como se apodera de las mayorías. Pompeyo nunca dejó de hacer el oficio de comunicador social.
La militancia comunista pronto lo llevaría a la prisión y la prisión directamente a la lectura profusa. Lectura que no tardaría mucho tiempo en convertírsele en una auténtica profesión de fe. El estudio de la economía, de la teoría política, de la sociología, de la historia, de la filosofía, fueron enriqueciendo la visión del dirigente, quien no tardaría mucho tiempo en convertirse en una referencia tanto para sus compañeros de lucha como, incluso, para sus adversarios. No sería exagerado afirmar que Pompeyo Márquez fue uno de esos auténticos ciudadanos que hicieron de la actividad política venezolana un ejercicio de rectitud, honradez y dignidad, incluso en los momentos de confrontación abierta y directa, en la clandestinidad, en los duros años de la subversión o en la cárcel.
Poco tiempo después de la victoria frente a la dictadura perezjimenista y de la instauración de la democracia en Venezuela, el Partido Comunista de Venezuela -y en particular, su grueso sector juvenil, la JCV-, inspirado por la victoria del modelo revolucionario cubano, encabezado por Fidel Castro, Ernesto “Ché” Guevara y Camilo Cienfuegos, decidió abrazar la lucha armada contra los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Se encontraron de frente con un país exhausto de los aventurerismos decimonónicos, con deseos de construir una república democracia, libre, próspera, estable y en paz. La derrota fue una gran lección para muchos de los jóvenes dirigentes del Partido Comunista y para unos cuantos dirigentes honestos, ya no tan jóvenes, pero sí lo suficientemente sensatos y realistas, capaces de comprender que, en primer lugar, una auténtica sociedad socialista -según el modelo de Marx, no así el de Lenin-, garante de la justicia social, no tenía que estar reñida ni con la producción de la riqueza ni, mucho menos, con la democracia y los derechos individuales, es decir, con una sociedad abierta, de plenas libertades políticas y económicas. Pompeyo Márquez -junto a Teodoro Petkoff, Freddy Muñoz, Luis Bayardo Sardi, Germán Lairet, Argelia Laya, Eloy Torres, Rafael Guerra Ramos, Víctor Hugo D’ Paola, entre muchos otros ex-dirigentes del partido Comunista- estuvo entre los fundadores del Movimiento Al Socialismo (MAS), el partido del “nuevo modo de ser socialista”, crítico del totalitarismo soviético, del despotismo gansteril y de las formas autocráticas propias de los regímenes asiáticos. El MAS asumió la democracia social como modelo político con un pujante y ambiciosos proyecto, audaz e innovador, que, posteriormente, quizá por el anhelo de crecer, de ampliar sus bases militantes y de conquistar el poder político, fue descuidando la fuerza del concepto mismo del cual surgiera, al punto de que cometió el gran error histórico de aliarse con el chavismo, para, poco tiempo después, quedar en ruinas. Fue así como el MAS terminó por abandonar el “¡Sí podemos!” para resignarse por el “Tenemos que hablar”. Antes de que ese partido tomara la decisión de apoyar la candidatura presidencial de Hugo Chávez, Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y algunos otros dirigentes fundadores renunciaron al MAS, en una clara señal de que el Movimiento había retrocedido histórica y conceptualmente, como en efecto sucedió.
Pompeyo Márquez nunca desertó de sus convicciones, ni puso sus intereses personales por encima de las ideas que profesaba. Nunca dejó de enfrentar la adversidad. De hecho, desafió al narco-régimen de Chávez y Maduro hasta su último aliento. Además, su optimismo frente a las más duras circunstancias era contagioso. Junto a otros distinguidos políticos de la democracia venezolana, fue y sigue siendo un ejemplo de lo que significa una correcta praxis política. Lo cual incluye no sólo la capacidad continua de revisarse y rectificar, sino el incesante esfuerzo de no abandonar el campo de las ideas y valores fundamentales que se profesan, a la hora de confrontarse con el inmediatismo de la ciega realidad, la debilidad del pensamiento y la fuente de la que ésta brota: la postverdad. Todo lo contrario, como apasionado lector de la vida civil del Renacimiento italiano, Pompeyo supo asumir, cual aliento continuo de su vida, y no sin extraordinaria gallardía, la dialéctica que da sustento a toda auténtica filosofía de la praxis: “Verum et factum reciprocatur, seu convertuntur”. Por eso su vida se puede resumir en el principio supremo de la identidad de lo racional y de lo realizable.