¿Qué significó para Venezuela el intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992? collete capriles

Colette Capriles, profesora Universidad Simón Bolívar.

Un problema con la lectura del pasado es que los acontecimientos acaecidos terminan por parecer lógicamente encadenados al presente o al futuro. Se convierten en origen simplemente porque nuestro sentido del tiempo supone que lo anterior “causa” lo posterior. Pero a la vez ocurre el fenómeno contrario: en la medida en que transcurren los años y los eventos, la tal “causa” se vuelve más frágil, se entrevera más y depende más de la cadena de interpretación del presente, es decir, de alguna manera el efecto “elige” un pasado entre varios posibles, una narrativa entre muchas.

El intento de golpe militar del 4 de febrero podría haber sido irrelevante, pero su fracaso se convirtió en éxito en la medida en que pudo ser insertado en una trama genealógica. El primer chavismo, atragantado en la idea de la fusión cívico-militar, no se decidía por un origen único sino por dos: el elemento civil se regocijaba en el nacimiento de la muchedumbre agitada en 1989, mientras que el elemento militar fijaba la irrupción de 1992 como su alumbramiento. El doble origen hace recordar la llamada teoría de los dos cuerpos del rey, la figura que intersecta lo mundano y lo divino, y así se podía vislumbrar la doble fuente de legitimidad que se dio o que se pretendió dar el chavismo: la del pueblo y la de las armas, unidas por la idea de salvación.

Es así como los papeles que supuestamente se prepararon para el golpe figura uno con la propuesta de un Comité de Salud Pública robesperriano con atribuciones de cuerpo moral soberano; salvar al pueblo (de las élites, pero también de sí mismo) pasaba por salvar la misión orgánica de las armas, que siempre es fundacional o fundadora, en un eterno retorno de aquella gesta inconclusa de la independencia.

El 4 de febrero de 1992 nos asomó a un abismo en el que el lenguaje político se desvanecía, sustituido por una teología, una historia y una moral que excluyen el registro de la experiencia política, dañando severamente nuestras capacidades de reconocer el espacio político como el del conflicto regulado. No nos hemos recuperado.