Scruton o el devenir de la Izquierda (segunda parte)

“El puro conocerse a sí mismo en el absoluto ser otro, este éter

en cuanto tal, es el fundamento y la base de la ciencia o el saber

en general. El comienzo de la filosofía sienta como supuesto o

exigencia el que la conciencia se halle en este elemento. Pero

este elemento sólo obtiene su perfección y transparencia a través

del movimiento de su devenir”.

                                                                            G.W.F. Hegel

Existe un profundo sentido religioso en los fundamentos del ideal originario del socialismo que difícilmente se pueda poner en duda. Hay en él, ciertamente, una sincera demanda, una digna exigencia moral. Se trata del hondo rechazo a los desmanes propios de una sociedad voraz e injusta, ajena a la equidad y al reconocimiento del otro -del “prójimo”- como parte esencial, y por ende, constitutiva de la misma species. Y es que cuando se trastocan los principios morales, tanto a nivel personal como a nivel social, inevitablemente se genera una progresiva corrupción del significado de las cosas que termina, primero, en incertidumbre y, poco después, en “mal radical”. Nacido de un mismo parto con el liberalismo, el socialismo es, de hecho,hijo de la Ilustración: “El estado religioso, con su poder y su magnificencia, con la corrupción en las costumbres, con la codicia, la sed de honores, la crápula, para las que se pide, sin embargo, reverencia y acatamiento: toda esta contradicción que existía en la realidad debe tenerse bien presente si se quiere comprender el sentimiento de rebelión que se apoderó de estos escritores. No perdamos de vista el monstruoso formalismo y la muerte en la que había degenerado la religión positiva, ni el relajamiento de los lazos de la sociedad humana, de las instituciones jurídicas y del Estado”[1]. Bastará con citar tan sólo el nombre de Juan Jacobo Rousseau para comprender la delgada línea de demarcación existente entre lo uno y lo otro.  

            En nombre de la razón, ella -la Ilustración- había postulado la negación de las “verdades” de la religión positiva[2], elevándose para ello -acaso sin saberlo, reflexiva y paradójicamente- sobre los fundamentos de la religión natural, en el sentido en el cual la define Kant en el opúsculo sobre La religión dentro de los límites de la mera razón, vale decir, como la posibilidad de “honrar la ley moral a objeto de construir el propio mundo”. Como dice Hegel, lo que hay en el Espíritu de la Ilustración de sustancial es “el ataque del instinto racional contra un estado de degeneración, más aún, de mentira general y completa, por ejemplo, contra lo positivo de una religión fosilizada. Pero este ataque contra lo religioso debemos concebirlo muy de otro modo: este aspecto positivo de la religión es el aspecto negativo de la razón[3]”. Una vez más, habrá que advertirlo: les extrêmes se touchent.

            Toda determinación es negación, observa Spinoza. Y, en efecto, cada doctrina lleva en sus entrañas la semilla de su propia contradicción. Al proclamarse y autoafirmarse, trazan -ponen- sus límites a la sombra del íntimo ocultamiento -o enmscaramiento- de su condición esencialmente negativa. Y a medida que se va haciendo positiva, en esa misma medida se pone, a la vez, en evidencia, extrañándose de sus propósitos, con independencia de si se trata de una doctrina de Izquierda o de Derecha. Parafraseando al Marx de la Kritik del ’41, el izquierdismo abstracto deviene derechismo abstracto; el derechismo abstracto deviene izquierdismo abstracto. De hecho, en el primer caso, las exigencias de justicia societaria de la “totalidad”, pronto devienen una parte. En el segundo, las exigencias del derecho de las “partes” pronto devienen una “totalidad”. De ahí a la corrupción y a la consecuente criminalidad sólo hay un deslizamiento. Una vez más, se sabe lo que no se dice y se dice lo que no se sabe. En este sentido, la posición asumida por Robert Scruton en su ensayo, Pensadores de la nueva izquierda, da cuenta de este fenómeno inmanente, de este devenir de la experiencia ideológica y política del presente, aunque quizá, y por ello mismo, sin percatarse de ser el otro de aquel otro que invoca, mediado por la denuncia de una doctrina que, in der Praktischen, se pone al descubierto como la inversión de aquello que rimbombante y altisonantemente se predica.

            El circuito tendido por Scruton en su revelador ensayo, comienza por el intento de dar respuesta a la pregunta que interroga por el significado de la Izquierda, para concluir, como resultado de un denso y pormenorizado recorrido a través del periplo de sus diversas figuras y tendencias actuales, en el esfuerzo por responder a la pregunta que interroga por el significado de la Derecha. El recorrido es, en  efecto, un círculo completo, premeditadamente trazado, aunque no por ello concreto, en el sentido enfático, necesario y determinante que, a la luz de la spinoziana Enmendatio[4], exige el retorno de su movimiento inmanente.

            Así, pues, y según el autor, “la posición de la izquierda quedó claramente definida cuando surgió su distinción con la derecha. Los izquierdistas, como los jacobinos de la Revolución Francesa, creen que los bienes se encuentran injustamente distribuidos, y que ello es debido no a la naturaleza humana, sino al robo perpetrado por la clase dominante. Se definen en oposición al poder establecido, y se consideran los adalides de un nuevo orden que tendrá como objetivo corregir las viejas injusticias infligidas contra los oprimidos. Dos son los rasgos de ese nuevo orden, que justifican su búsqueda: la liberación y la justicia social. Son parecidos a los valores de la libertad y la igualdad que predicaba la Revolución Francesa, pero solo parecidos. La liberación que reclaman los movimientos de izquierdas actuales no se refiere sólo a la liberación frente a la opresión política, o al derecho a vivir sin ver perturbada nuestra existencia. Significa emanciparse de las “estructuras”: de las instituciones, de las costumbres y de las convenciones que conforman el orden burgués y que han configurado el sistema compartido de normas y valores característico de la sociedad occidental. Sus obras se dedican a deconstruir instituciones como la familia, la escuela, la ley, el estado-nación, instituciones gracias a las cuales hemos recibido la herencia de la civilización occidental. Esta literatura, cuya mejor forma de expresión son las obras de Foucault, cree que lo que para los otros son mecanismos del orden civil, constituyen “estructuras de dominación””[5].

            Además, y a diferencia de la Ilustración, cuyo reclamo se centraba en la igualdad ante la ley y ante los derechos civiles, la exigencia de justicia trazada por la novísima izquierda del presente “es la completa reorganización de la sociedad para eliminar todo privilegio, toda jerarquía y toda distribución de bienes que no sea equitativa. Ya no resulta aceptable, ciertamente, el igualitarismo radical de los marxistas y anarquistas del siglo XIX, que pretendían la abolición de la propiedad privada”, su “reclamo de la “justicia social” encubre una mentalidad igualitaria mucho más persistente, una mentalidad por la que la desigualdad, en cualquier ámbito -en el de la propiedad, el placer, el derecho, la clase social, las oportunidades educativas o cualquier otro que desearíamos para nosotros o para nuestros hijos- es en principio injusta hasta que se demuestre lo contrario”[6]. De ahí que su postulado esencial “por defecto” sea la igualdad abstractamente representada, cuya expresión más palpable se haya en la torsión del lenguaje, como punto de masa de la creciente pobreza del Espíritu.

            Y, en efecto, la llamada neo-lengua es una suerte de síndrome de la Alicia de Lewis Carroll, un constructo de la reflexión producida por la torsión especular, invertida, de la realidad: “la neolengua, con su rechazo de la realidad, la cosifica y endurece, la transforma en algo extraño y resistente, algo frente a lo que hay que luchar, que hay que vencer.. El lenguaje cotidiano ablanda y abriga; la neolengua, endurece y congela.. Si la neolengua habla de la justicia no se refiere a la justicia de los intercambios individuales, sino a la “justicia social”, a esa justicia que se impone mediante planes y proyectos y exige siempre privar a los individuos de los bienes que han adquirido en el mercado gracias a un justo acuerdo. Para la mayoría de los pensadores que estudio en estas páginas, el gobierno es el arte de apropiarse de los bienes a los que se supone que todos los ciudadanos tienen derecho, y de distribuirlos. No expresa un orden social preexistente, nacido de nuestros libres acuerdos o de nuestra natural inclinación a cuidar de nosotros mismos y de nuestros vecinos. Es el creador y el garante de un orden social, determinado por la idea de “justicia social” e impuesto sobre las personas por decretos promulgados desde instancias superiores”[7]. La torsión, el reacomodo y fijación reflexiva del lenguaje, es el fulcro del cual se alimenta la pobreza espiritual que conduce, directamente, al despotismo propio de las sociedades totalitarias, contra-históricas, precisamente, im Gegensatz zur Geschichte.

            El ataque de la Izquierda contra el lenguaje es, según Scruton, parte de una estrategia que tiene por objetivo “desacreditar las relaciones humanas mediadas por la búsqueda del acuerdo”[8], a medida que va haciendo del poder y la dominación los temas prioritarios de la discusión política, la neolengua de izquierdas se va haciendo “un arma poderosa, no solo porque sirve para limpiar nuestro mundo social, sino porque describe la supuesta realidad que subyace bajo su atractiva y engañosa apariencia”. De ahí que “se nos invite a creer que nuestros conflictos no se pueden solventar si no es mediante una completa transformación, una revolución absoluta o, “con la destrucción de todo lo que es””[9]. Urge, en consecuencia, que la derecha recupere “el lenguaje de la política” y ponga al alcance de todos lo que la ideología izquierdista ha secuestrado y extrañado del quehacer social: “sólo recuperando ese lenguaje estaremos en condiciones de superar la unidimensionalidad que comporta el esquema “derecha/izquierda”, el esquema con nosotros o contra nosotros, regresivo y reaccionario, y el resto de dicotomías que dificultan o imposibilitan la discusión”[10].

            En nombre de la “justicia social” y del tratamiento de “todos como iguales”, que ignora los derechos históricos, las obligaciones y los méritos, la Izquierda lucha contra el poder establecido, al tiempo que va trazando los contornos del cómo deberían ser las instituciones o, más bien, las ‘no-instituciones’ del futuro. Pero mientras más puros y elevados son sus sueños, una vez que han logrado derrocar el poder tan despreciado, comienza la pesadilla, impura y rasante, que termina por imponer una nueva clase de dominio, “mucho más siniestra que la depuesta”, conduciendo a la entera sociedad en dirección contraria a las reivindicaciones emancipatorias ofrecidas. Y así, cumplida y consolidada la toma de “el cielo por asalto”, sus entusiastas seguidores terminan en el infierno de una realidad autoritaria, injusta, desigual y miserable. Como en los tiempos de la revolución francesa, el canto por la libertad termina en el llanto ante las mazmorras y la muerte.

            En cuanto a la “repudiable sociedad de consumo”, Scruton sostiene que uno de los grandes problemas de la sociedad contemporánea radica, ciertamente, en la confusión entre valor y precio: “los bienes valiosos recompensan nuestra búsqueda de modos que no podemos predecir, ya que satisfacen lo que somos y no solo lo que deseamos. Somos seres sometidos a muchas tentaciones y nos negamos a realizarnos creyendo que en nuestra desilusión podemos reemplazar aquellos bienes con esta u otra baratija.. Adorno nos revela que el arte auténtico versa sobre lo que en verdad somos y que los fetiches del arte popular solo sirven para envolvernos en la cálida nada del cliché y los estereotipos.. Superar la tentación es un cometido espiritual.. Ningún sistema político, ningún orden económico, ninguna dictadura podrá nunca reemplazar la disciplina moral en la que debemos ejercitarnos si deseamos vivir en un mundo de abundancia sin el riesgo de poner en venta lo que nos es más preciado: el amor, la moralidad, la belleza o Dios”[11]. Los graves problemas por los que atraviesa la sociedad del presente no se resuelven con la instauración de un régimen político que termina aplastando la libertad de los individuos, sino, todo lo contrario, fortaleciendo las bases de “la sociedad civil, las instituciones y la personalidad”.

            Hegel, observa Scruton, fue el primero en distinguir la sociedad civil de la sociedad política, como respuesta a la Revolución Francesa, al enfrentarse a la confiscación que ésta había hecho de la herencia cultural del pueblo francés, reemplazándola por estructuras burocráticas impuestas. El modelo totalitario de Estado presupone el control e intervención de la vida civil, transformando la autonomía en heteronomía. Pero los Estados surgen desde las asociaciones libres y no al revés: “La vida social debería estar basada en la libre asociación y protegida por cuerpos autónomos, bajo cuyo amparo las personas pudieran desarrollarse de acuerdo con su naturaleza social, desarrollar actitudes y tener aspiraciones que dotaran a su vida de sentido”[12]. Esta frase resume lo que Scruton considera el nervio central de su pensamiento político, o como él afirma, de su “concepción política de derechas”.

            Es curioso, pero convendría recordar que, muy a pesar de la doctrina marxista oficial, la filosofía de Marx es un intento por demostrar cómo la historia de la humanidad no es, por cierto, el resultado de los decretos e imposiciones ejecutados por los Estados -las “relaciones sociales”- sobre la sociedad civil -las “fuerzas productivas”-, sino del esfuerzo continuo, determinante y necesario de ésta por modificar paciente y progresivamente sus condiciones de vida. Y, en efecto, es el grado de desarrollo y educación que pueda llegar a conquistar una determinada sociedad civil lo que hace posible la diferencia, el cambio sustancial, “cualitativo”, en el desarrollo de la historia en su conjunto. Todo lo cual deja pendiente una duda, en ningún caso métodica: o Marx pudiese llegar a ser interpretado como uno de los más conspicuos representantes de la derecha o Scruton como uno de los más brillantes exponentes de la izquierda. Queda en manos de la adecuada inteligencia dialéctica la eventual posibilidad de remontar las etiquetas correspondientes.            


[1]             : G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía, III, México, Unilider, 2017, p.483-484

[2]             : El término “positivo”, tanto en Kant como en Hegel, no hace referencia a “lo bueno” en contraposición a “lo malo” (lo “negativo”), sino más bien a “lo puesto” (positium), cabe decir, a aquello que ha sido colocado y sedimentado, ocupando una determinada posición. Y es el entendimiento abstracto quien cumple con esa función: la de “poner” o fijar.

[3]             : G.W.F. Hegel, Op.cit., p.483

[4]             : Cfr.: B. Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, en: Obras completas, a cargo de Atilano Domínguez Basalo, Madrid, Epublibre, 2019, § 19, p.518 y ss.

[5]             : Roger Scruton, Pensadores de la nueva izquierda, Madrid, Rialp, 2017, p.9

[6]             : Op.cit., p.10

[7]             : Op.cit., p.17-8

[8]             : Op.cit., p.283

[9]             : Ibid.

[10]           : Op.cit., p.284

[11]           : Op.cit., p.287

[12]           : Op.cit., p.291