José Rafael Herrera
Filósofo, Mención Magna Cum Laude, 1983. Doctor en Ciencias Políticas, USB, Mención Honorífica, 1998. Director de la Escuela de Filosofía de la UCV, 2002-2005. Profesor titular de la Escuela de Filosofía la UCV. Ex Director de Cultura de la UCV.
Existe una pequeña población del municipio de Abanilla, en la comarca oriental de la Murcia española, que lleva por nombre Barinas, aunque, como se sabe, la palabra es de origen amerindio. Prueba de que toda conquista termina siendo conquistada. Al final del día, se trata, además, de una proyección de imágenes que, no pocas veces invertidas respecto de la posición desde la cual se le observe, hace de la compleja experiencia de la conciencia de la cultura hispánica un auténtico Aleph: un uno que es, al mismo tiempo, múltiple. En todo caso, el término en cuestión proviene de la lengua de los chibcha, quienes habitaron el altiplano andino, extendiéndose desde el centro de la actual Colombia hasta las llanuras de Venezuela. Su significado en español es el de “viento fuerte”, “viento recio” o, simplemente, “ventisca”. Y es que por el valle del río de Santo Domingo penetra una corriente de aire tan recia como el espíritu de la libertad. No es un caso que Barinas haya sido la provincia más fiel a los patriotas durante la guerra de Independencia contra la España imperial y que, más tarde, deviniera el epicentro de la lucha por la construcción de una República Federal, tanto que fue en Barinas donde nació el lema que aún hoy inspira la voz de quienes luchan sin desaliento contra la tiranía: “Dios y Federación”. Sustancia y sujeto, que son las determinaciones más auténticas de la libre voluntad ciudadana.
Después de más de veinte años de secuestro, sometimiento, corrupción medular y miseria generalizada, parece que la ventisca ha regresado al llano para retomar nuevos bríos, y un aire de frescor de libertad pareciera descender desde los tupidos recodos del valle. Una ventisca que difícilmente puede frenar el reparto de miserias a granel, ni las neveras ni las cocinas ni las bolsas de comida. Ni los desesperados llamados a una “esperanza” que, en el fondo, sólo ratifica -al decir de Spinoza- el profundo temor que cargan sobre la conciencia los secuestradores, los usurpadores. También un secuestrador puede terminar siendo el secuestrado. Quizá, y bajo las actuales circunstancias, la rebelde aunque paciente Barinas pueda transformarse en un ejemplo de ciudadanía a seguir, no solo para el resto de las regiones de Venezuela sino, incluso, para toda la América Latina, sometida como está a los desafueros de los carteles de Sao Paulo y Sinaloa. Perder Barinas podría significar, para el régimen, el inicio del fin. Y sin embargo, post festum, la potente ventisca barinense pudiese estar, una vez más, en riesgo. No sólo porque, si es verdad que “el fin justifica los medios”, el régimen gansteril hará todo lo que tenga a su disposición para no perder su férrea hegemonía en una zona que les resulta estratégica para sus negocios, sino porque buena parte de los sectores dirigentes de la llamada “oposición” insisten en preservar los mismos presupuestos “científicos” y “metodológicos” con los cuales, y por más de veinte años, la voluntad ciudadana ha visto frustrados, una y otra vez, sus anhelos de cambio. Un tema que, sin duda, debe llamar a la reflexión.
Es verdad que, a pesar de que los recientes comicios regionales para la elección de gobernadores y alcaldes no representan una solución política de fondo, a los fines de poder superar la grave crisis orgánica que padece Venezuela, dado el tenaz control que la gansterilidad ha venido ejerciendo y que ha reducido el cuerpo institucional -la sociedad política- a una mera condición nominal, no puede negarse el hecho de que el caso barinés es un caso excepcional. De ahí que, al verse derrotados en las pasadas elecciones, sorprendidos como estaban, intentaran, primero, secuestrar las actas de votación y, poco después, suspender el conteo de votos, posponer los comicios e inhabilitar al candidato a la gobernación, Freddy Superlano, virtual ganador del proceso. Y sin embargo, a pesar de todo el sabotaje, el pueblo de Barinas seguía en las calles, dispuesto a reclamar su victoria. Sin risa ni llanto, los sectores democráticos prefirieron acatar la sentencia que prescribió la repetición del proceso electoral. Y, dado el desafío, es evidente que se corría el riesgo de perder frente la arremetida del régimen gansteril, a pesar de que su candidato, Jorge Arreaza, no convencía ni convence a nadie, ni siquiera a sus propios secuaces.
Por eso mismo, todo lo que estuvo a su alcance -que no es poca cosa- fue utilizado para apaciguar la ventisca y mantener el control absoluto del Estado, dado su especial significado para el régimen. Porque, más que de un problema de cantidad de votos, se trata de un problema de calidad, de un deseo devenido voluntad de significación emblemática. No se puede olvidar que Barinas es el locus de nacimiento de Hugo Chávez y que ha sido por muchos años el bastión de su familia. De modo que, más que el hastío, la indignación es grande y las exigencias de justicia social y libertad parecen inspirar los vientos de cambio. La sintoníade los sectores democráticos con esa exigencia es de factura indispensable. De ahí la necesidad de comprender este proceso sin euforia, adecuada y correctamente, a objeto de poner en marcha una estrategia -más que electoral- orgánica, capaz de llevar adelante la definitiva victoria ciudadana sobre la barbarie ritornata. Y, en este sentido, vale la pena advertir acerca de algunas posibles falencias, inherentes a los mecanismos “científicos” y “metodológicos” que, en estos casos, han venido sirviendo como soporte, cabe decir, como “fundamento epistemológico”, de dichas estrategias. Doble registro de lectura, en consecuencia: el fenómeno Barinas podría devenir el punto de partida para la liberación de Venezuela e, incluso, de América Latina. Pero, y por eso mismo, es momento de transmutar el conocimiento en saber, de avanzar más allá de los presupuestos que tipifican al entendimiento abstracto, a los fines de concretar la construcción de un nuevo bloque histórico, de una nueva formación social de inspiración auténticamente democrática.
No hay modo de que la reflexión epistemologicista, enquistada en las ciencias políticas y sociales, culturalmente preponderante en este menesteroso presente que caracteriza lo que va de nuevo siglo, comprenda a la cosa misma en su esto, es decir, precisamente, en su ventisca. A menos que, como ya le resulta de costumbre, presuponga su tiempo y espacialidad bajo las premisas de lo anterior y lo exterior. O en otros términos, muestre, una vez más, su impotencia crónica para toda posible comprensión de la lógica específica del objeto específico. De hecho, la fundación de una determinada disciplina no implica necesariamente la fundación ni de un determinado saber ni, mucho menos, de un saber universal. Más bien, el llamado saber científico de lo social es una creación de la modernidad, un modo de institucionalización -o de burocratización- del conocimiento, con tendencias específicas y una serie de lenguajes especializados que tienen en común la diferenciación entre sujeto y objeto -o más puntualmente, entre el observador y lo observado- y, por supuesto, la retórica del método científico,que lo legitima, lo autoriza oficialmente para el establecimiento de una relación de compatibilidad entre conocimiento y poder. Iluminados por la ciencia revelada e impregnados por el optimismo positivista y metodológico, van tras la búsqueda del conocimiento de lo desconocido, rodeado como está de las confusiones y vaguedades que va dejando a su paso el saber inmediato o -¡peor aún!- la especulación ontológica.
En la era de la “neutralidad” ética y del abandono de la estética y la historicidad, el pensamiento de Kant ha sido “purificado” y finalmente convertido en “epistemología”, mientras que el racionalismo cartesiano y el empirismo humeniano son mantenidos como los soportes últimos del escenario de toda posible investigación científico-social. Kant es “liberado” de las complicaciones metafísicas, reformulado, edulcorado y potabilizado, de manera tal que pueda convertirse fácilmente en un pensador prekantiano, cabe decir, en un fundamentador del tramado de obviedades, indiscutidas e indiscutibles, propias del conocimiento social, estableciendo así los límites entre lo que es válido “pensar” y lo que no lo es. Así, pues, queda limpio y despejado el terreno para el predominio de la metodología en sentido estricto y de la prescripción normativa de una realidad sustancialmente carente de realidad. De hecho, la diferencia entre el “modelo” -las condiciones formales preestablecidas-, admisibles para todo espacio y todo tiempo, y la realidad propiamente dicha, se ha vuelto abrumadora.
El problema de la prescripción con la cual se presentan los actuales estudios sociales termina conduciéndolos a aquello que se proponían dar por concluido: a una normativización predecible que termina postulando un -poco científico- dogma religioso. Cuando el esquema o “modelo” de los diagnósticos “universalmente válidos” -en realidad, abstractos- dejan de expresar los eventos reales y efectivos, la reacción de los científicos sociales apunta hacia dos posibles explicaciones: o no se llevaron correctamente a la práctica los pasos estipulados o se ha presentado algún fenómeno imponderable, no previsto, en los eventos que conforman el objeto de estudio. Y al asombro pronto lo sigue la indignación: algo horrible debe haber sucedido para que los resultados tomaran otra dirección, distinta a la esperada. En el caso de los kantianos, la respuesta es simple: han prevalecido la ignorancia y las pasiones. Un kelseniano diría que el objeto de estudio social es irracional o, en todo caso, ha puesto en evidencia, neumónicamente, su precariedad racional. Los seguidores de Luhman añadirían que cuando en un sistema aumenta la entropía pudiese darse el caso de tener que enfrentarse ante conductas anti-sistémicas, caóticas. Decía Marx en el Manifiesto que no pocos socialistas “verdaderos” postulaban su ideal como si se tratara de un cuadro previamente pintado y que en él querían hacer encajar la realidad. Si no encajaba, entonces la culpa no era del cuadro sino de la realidad, que se presentaba de forma irracional y contradictoria. Mientras más formales sean las condiciones que se pretenda imponer a la realidad mayor será el desencanto.
Más allá de las presuposiciones, no es momento de entender sino comprender. A partir de la ventisca, se impone una revisión a fondo de las premisas sobre las cuales, hasta la fecha, se ha intentado crear el cuadro intelectivo general -el “marco teórico” y “metodológico”, la “visión” y la “misión”- a partir del cual se “prevé” la creación de las líneas maestras que conducirán a la derrota del régimen gansteril que mantiene secuestrada a Venezuela. La reconstrucción de todo el proceso histórico es, en tal sentido, de rigor. No se puede seguir evadiendo la historia concreta en aras de una formalización “universal”, “sistémica”, aplicable a toda posible realidad. Más bien, convendría abandonar los esquemas preestablecidos y dedicarse a un estudio que logre adecuar sustancia y sujeto. Es en virtud de tal reconstrucción que se torna interesante la creación de una inmensa red ciudadana de la resistencia, una nueva expresión de la cultura y el lenguaje, cargada de auténticos valores republicanos y democráticos conducidos, más que por la instrucción técnica, por la educación estética. Se trata de asumir una nueva forma de concebir las relaciones interpersonales, esas a las que Kant llamaba la transindividualidad, hasta hacerlas devenir sujeto de una nueva, rica y concreta civilidad. No se trata tan solo de descubrir y describir un objeto, sino de promover la nueva dimensión de la objetividad.
Barinas ha encendido una luz en el camino para el saber. La rebelión de Barinas tiene que ser comprendida como un hecho que trasciende lo meramente electoral, aunque, conviene advertirlo, nadie puede dejar de reconocer la especial importancia que ha tenido dicho proceso. De esta doble acepción dependerá, en buena medida, la posibilidad de que el Espíritu del Pueblo barinés pueda convertirse en algo más que un mero triunfo electoral, al punto de devenir un referente cierto para la liberación anhelada.